Hacer coincidir la velocidad con la que se intenta ejecutar las acciones, con la precisión que se pretende finalizarlas, es el objetivo que busca un gran futbolista. La primera, para superar la oposición del rival y, la segunda, para darles valor a las jugadas.

Existen jugadores como Luis Díaz que conviven permanentemente con ese desafío. Su manera de relacionarse con el juego es la de ir raudo, zigzagueando, conduciendo el balón o encontrándose con él tras un pase al vacío de un compañero, con el firme propósito de cargar con una mayor dosis de peligrosidad la jugada.

Él encara, se filtra, arriesga, provoca caos en las defensas rivales, todo con determinación y constancia, con generoso despliegue y apasionada entrega. Cierto es que aún cae en la tentación de quedarse demasiado con la pelota, peca por individualista, especialmente en la selección Colombia, a veces por tozudez personal y otras, la mayoría, por un atrasado auxilio de sus compañeros y, tal vez, su número de fallos es más que el de otros porque se atreve y arriesga más que otros.

Pero, es indudable que ha ido poniendo de acuerdo sus electrizantes miofibrillas con sus futboleras neuronas. Ahora, es mejor futbolista. Su evolución física y futbolística es evidente. La primera se nota en su estructura muscular, la que se ve más fortalecida para el exigente fútbol europeo, y la segunda, en su mejoría al momento de la definición, en su orden táctico, en los controles del balón en movimiento después de pases largos y aéreos.

Díaz también ha ido ampliando su radio de acción, aunque su punto de partida siga siendo el costado izquierdo del ataque, más allá de que en el último partido, el de la Champions ante el Leverkusen alemán, jugó de centro delantero. A propósito, un partido inolvidable para él porque anotó tres goles y se convirtió, junto a Faustino Asprilla, en los únicos colombianos que lo han logrado en un partido de Champions.

Estamos en presencia, hoy por hoy, del mejor futbolista colombiano y uno de los mejores delanteros del fútbol de la élite. Un gran ejemplo de disciplina y superación, y un espejo en el que deberían fijarse los nuevos futbolistas.