Sin excepción, he percibido una especie de júbilo en los auditorios colombianos cuando menciono el triunfo de Trump. No es para sorprenderse: hace varias semanas los encuestadores habían identificado que, si las elecciones se hicieran en Colombia, Trump ganaría. Lo mismo, por cierto, pasaba en Venezuela y Chile, países en los que hay mucha insatisfacción con la izquierda. Esa tendencia tiene una explicación sencilla: el descontento de la gente con los gobiernos en países como el nuestro hace pensar que, con Trump a bordo en Estados Unidos, será más fácil cambiar la ecuación política interna. Creo que quienes piensan así están viendo un espejismo.

La victoria de Trump es un triunfo del populismo y la polarización como estrategia electoral, de la cual Gustavo Petro es un exponente estelar. Pese a estar en orillas ideológicas opuestas, utilizan los mismos métodos. Dividir a la sociedad entre buenos y malos a través de la llamada “política de la identidad”, en la que se gobierna no para todos, sino para grupos específicos. En el caso de Trump, para los hombres blancos sin educación universitaria descontentos con la inmigración y la globalización. En el de Petro, para una minoría étnica, una causa social o sindical, o una identidad sexual. Uno y otro chocan con las élites, los intelectuales y los tecnócratas, que son un blanco fácil. Los dos prefieren invocar directamente al pueblo, por encima de las instituciones.

Términos como la ‘unidad nacional’, el ‘conocimiento experto’, el ‘bienestar general’ no existen en su léxico. Se trata de dividir y obtener suficientes votos para ganar las elecciones. Otro elemento importante de la estrategia es obtener el control de los demás poderes, además del Ejecutivo. Esto ya lo había logrado López Obrador, ahora lo logró Trump y es lo que Petro buscará.

Por eso creo que se equivocan quienes piensan que Trump será un factor de moderación local. Todo lo contrario: será un factor de radicalización, pues queda probado que como estrategia política resulta exitosa. Será también un factor de envalentonamiento de los extremos, donde no podemos descartar que aparezcan los Elon Musk criollos que quieran compartir tarima, y poder, con su candidato o candidata de preferencia.

Quienes aplauden hoy en Colombia la elección de Trump seguramente ven algo diferente. A lo mejor piensan, con razón, que después de un período de desinterés, incluso de indiferencia, por parte de Estados Unidos pasaremos a otro de mucho más involucramiento.

La manzana de la discordia va a ser el incremento de la producción de cocaína, que aumentó 53 por ciento en 2023. La administración Biden se hizo la de la vista gorda con este asunto, gravísimo para Colombia. Con Trump a bordo, la cosa será a otro precio. Además de pedir cuentas por la ayuda militar, y amenazar con su recorte, Washington seguramente ventilará de nuevo un término tan en desuso como antipático: la ‘descertificación’. Lo que esto implica es la amenaza de sanciones económicas. En el lenguaje de Trump esto solo significa una cosa: más aranceles, su palabra favorita.

Este es un mal escenario por muchas razones, empezando por la devaluación del peso.

Por último, está la cuestión de Venezuela. Petro es visto como aliado de Maduro, cosa que no pasará desapercibida. En el trasfondo de uno y otro problema –el aumento de los cultivos ilícitos y la falta de contundencia de Colombia para cuestionar el robo electoral en Venezuela– está la política de ‘paz total’. El nuevo Gobierno de Estados Unidos no se tragará el sapo de realizar negociaciones con grupos narcotraficantes como el ‘clan del Golfo’.

Por el lado positivo, si logra adoptar un enfoque pragmático, Trump podría negociar un acuerdo con el régimen venezolano para facilitar una transición, a cambio de alguna forma de inmunidad legal en Estados Unidos para Maduro y sus acólitos. Trump puede ser el arquitecto de una salida que permita instaurar en el gobierno a los verdaderos ganadores de las últimas elecciones presidenciales. Eso sería bueno para el pueblo venezolano y también para nosotros.