Después de realizar con mucha dedicación y cariño en Ciénaga, mi año rural obligatorio, me trasladé a Santa Marta, a trabajar en el hospital San Juan de Dios de Santa Marta. Desde mi llegada, empezamos a observar con otros colegas, un grupo de pacientes que tenían como mayor característica una pigmentación amarillenta, más llamativa en la esclerótica o zona blanca del ojo, que acompañaba, a personas de diferentes edades con signos y síntomas en algunos casos muy leves pero, en otras ocasiones muy graves, con progresión a estados de confusión, irritabilidad, sangrado fácil por todo el organismo, pérdida de la conciencia, y coma del que muy pocas veces se recuperaban. Estos casos gracias al apoyo urgente del Instituto Nacional de Salud Colombia, hoy INAS, fueron confirmados con los métodos de la época, con títulos de anticuerpos aumentados, y en los pacientes fallecidos por los estudios de viscerotomias, muestras de hígado principalmente después de la realización de autopsias.
La fiebre amarilla como uno de los 30 del género Flavivirus, ha sido causa de epidemias devastadoras. Se cree que el primer brote fue en el África propagándose a monos y a humanos. Después, en los siglos XVI o XVII, apareció en América, asociado posiblemente al tráfico de esclavos. La transmisión de la fiebre amarilla fue un misterio para la ciencia durante siglos hasta que en 1881 el Dr. Carlos Finlay apuntó al mosquito Aedes Aegypti.
Carlos Juan Finlay, nació en Cuba hijo de padre británico y médico. Comenzó a investigar la fiebre amarilla y planteó que la enfermedad se transmitía por un mosquito, contraviniendo a la comunidad científica. En junio de 1881, el Dr. Finlay realizó experimentos con voluntarios y comprobó su hipótesis. Gracias a sus recomendaciones acerca del mosquito, pudo controlarse la diseminación de la enfermedad.
La fiebre amarilla es una enfermedad endémica, que permanece en un buen número de países tropicales. El cuadro clínico es variado, fiebre leve o autolimitada, puede pasar a una enfermedad hemorrágica con falla hepática grave, y un 30- 50% de mortalidad. A principios de 2016 se desató una epidemia de fiebre amarilla en Angola y en los últimos años, Brasil y Perú han registrado un aumento de casos. Según OPS-OMS, Organización Panamericana y Mundial de la Salud, se estima que cada año se infectan en el mundo unas 200.000 personas ocasionando alrededor de 30.000 muertes.
En el mes de noviembre, autoridades de salud de Colombia han notificado un brote de fiebre amarilla en el departamento de Tolima con 11 casos, de los cuales ocho ya han sido confirmados. Hay tres personas fallecidas y cinco en estado crítico. Otros tres pacientes se encuentran bajo observación médica permanente. Se ha activado el cerco epidemiológico en once municipios del departamento, con especial énfasis en Cunday, Prado, Purificación y Villarrica, las localidades que reportan la mayor cantidad de casos. Lo grave en esta zona es el impacto que puede empeorar con las inundaciones y desastres.
La fiebre amarilla es una zoonosis (enfermedades con la participación de animales). La transmisión se produce por la picadura de algunas especies de mosquitos.
Se puede prevenir con la vacuna de virus atenuado de fiebre amarilla, que se considera eficaz y segura, y se la utiliza hace más de 60 años para la inmunización activa de niños y adultos, contra la infección por el virus de la fiebre amarilla y confiere inmunidad de por vida.
Las estrategias de vacunación contra la fiebre amarilla utilizadas en la Región de las Américas deben incluir:
- Vacuna contra la fiebre amarilla en los programas nacionales de inmunización para los niños de 1 año de edad en todos los países con enfermedad endémica
- Campañas de vacunación durante períodos interepidémicos
- campañas de vacunación en respuesta a brotes o epizootias
- Administración de la vacuna a viajeros que se desplazan a zonas con riesgo de transmisión del virus de la fiebre amarilla, con la excepción de pocos casos en quienes se contraindica.
- Se necesita la aplicación urgente de una vacunación contra fiebre amarilla en las zonas con mayores riesgos, y consecuentemente con el cubrimiento de la mayor parte de la población expuesta.