Hace algunos meses, navegando en Facebook, me encontré con un video que tuve que ver varias veces para entender que había sido grabado en un barrio popular de Barranquilla.
La escena era absolutamente intrigante: cientos de niños y niñas esperaban, eufóricos, en la puerta de una casa la aparición de alguien.
La cámara mostraba la cuadra repleta de adolescentes que, mientras alzaban carteles con corazones pintados, saltaban al ritmo de un picó, levantando una nube de polvo en la calle destapada.
Cuando la cámara se enfocó en la casa, por una puerta de rejas aparecieron cuatro “cancamanes” que abrían camino entre la gallada.
Por el volumen de los gritos, esperaba ver salir por esa puerta a algún personaje conocido. Pero, para mi sorpresa, el ídolo esperado era un niño como todos los demás.
Escondido bajo una cachucha más grande que él, lánguido y tímido, caminaba de la mano de una niña de pelo rizado y actitud de primera dama que la delataba como su enamorada.
Luego de abrirse paso entre alaridos y manotazos, al llegar a una improvisada tarima, el pequeño se despidió de su acompañante con un beso en la boca antes de subir al escenario.
Las bocinas amplificaban una canción sin sentido sobre unas hayacas, que la multitud coreaba de memoria. Mientras el joven se preparaba para iniciar su acto, alcancé a distinguir la cara de un preadolescente con ojos claros, algo apabullado por la multitud, pero que rápidamente comenzó a dominar la escena dando brincos “champetúos”. Enloqueció tanto a los presentes como a los miles de “likes” de sus seguidores en redes.
No volví a saber de este muchacho hasta la noche de los Premios Luna, una gala que, después de deleitar con presentaciones de figuras reconocidas como “El Canario” y “Eddy Herrera”, dio paso a las premiaciones.
Desfilaron los vallenateros, salseros y champeteros, hasta que llegó una categoría que nunca antes había escuchado: El Güarapo.
Entre los nominados, que estaban sentados muy cerca de nosotros, con elegantes vestidos que dieron un aire “Grammyquillero” a la velada, apareció en pantalla el niño de ojos claros, acompañado nuevamente de la chica de rizos dorados. Proyectaron su nombre, que además resultó ser el ganador: “Yova Perreo”.
Apenas terminó el evento, entré a redes sociales y descubrí el fenómeno social que ha nacido desde las entrañas del barrio, y que ahora está causando furor en redes y emisoras populares.
En mi próxima columna, cerraré el 2024 con un análisis más detallado sobre El Güarapo, un género que, sin duda, dará mucho de qué hablar, bien o mal, durante el próximo año.
@eortegadelrio