En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez nos sumerge en un mundo donde las emociones humanas, los vínculos familiares y los deseos más profundos se entrelazan con lo mágico.

Entre los personajes que destacan por su papel en las relaciones afectivas están Pilar Ternera y Petra Cotes, mujeres que, desde diferentes perspectivas, encarnan el deseo, el amor y la búsqueda de conexión humana en un entorno cargado de soledad.

Pilar es interesante por su capacidad de encarnar el deseo y, al mismo tiempo, la maternidad simbólica. Desde el inicio, su relación con los Buendía no solo está marcada por la pasión, sino también por una intuición casi sobrenatural. Pilar no solo es amante de algunos de los importantes hombres de la familia, sino también una guía emocional y espiritual, conectando a los personajes con sus raíces y destinos.

Lo que resulta interesante desde una perspectiva psicológica es cómo Pilar representa el deseo como un motor vital, pero también como un elemento que perpetúa el ciclo de soledad.

Aunque es deseada y admirada, su rol se mantiene en los márgenes de la familia Buendía, casi como una figura externa que entra y sale según lo dicta el destino de los demás. Su relación con los hombres de Macondo nunca se transforma en un vínculo profundo o estable; más bien, parece cumplir la función de catalizadora de emociones y deseos reprimidos.

Pilar también simboliza la aceptación del destino. Su actitud hacia el amor y el sexo no está teñida de culpa ni de vergüenza, lo que contrasta con las rígidas estructuras sociales de su entorno. Este rasgo la convierte en un modelo de autonomía femenina, pero también refuerza su aislamiento emocional, ya que nunca logra construir una relación basada en la reciprocidad.

Petra, por su parte, es una figura que transforma el deseo en prosperidad. Su relación con Aureliano Segundo está marcada por una pasión desenfrenada, pero también por una especie de magia que convierte su unión en una fuente de abundancia. En este caso, el deseo no solo conecta a los personajes, sino que parece extenderse al mundo material, convirtiendo a Petra en un símbolo de fertilidad y riqueza.

Desde el punto de vista psicológico, Petra representa una forma de amor que, aunque profundamente sensual, también es funcional.

A diferencia de Pilar, Petra establece una relación más duradera y estable con Aureliano Segundo, basada en el disfrute mutuo y en la complementariedad. Sin embargo, esta relación también está condicionada por la superficialidad; el amor entre Petra y Aureliano Segundo parece depender de la prosperidad que los rodea, y cuando la fortuna comienza a desvanecerse, el vínculo pierde parte de su fuerza.

En una próxima ocasión me referiré a Úrsula….

@drjosegonzalez