A estas alturas del período presidencial, es un hecho que Gustavo Petro, quien proclamó a su gobierno como “el del cambio”, les generó una gran frustración a sus electores. Porque por fuera de su permanente bla, bla, bla y de su burocracia, “el cambio” no se ve por ninguna parte y sí mantiene muchas de las prácticas equivocadas de sus antecesores.
En primer término, al año de posesionado, ya habían estallado los escándalos de corrupción de Laura Sarabia, Benedetti y Nicolás Petro.
El Consejo de Estado y la Corte IDH señalaron que el Consejo Electoral sí puede investigar la campaña presidencial por el delito de violar los topes en 5.355 millones de pesos, corruptelas por las que deben responder Petro y Ricardo Roa, gerente de dicha campaña. Y están envueltos en otra acusación de corrupción el mismo Roa y Nicolás Alcocer, hijo adoptivo del presidente Petro.
Solo el cinismo de Petro le permite presentarse como adalid de la lucha anticorrupción, cuando el solo caso de la Unidad de Gestión de Riesgos (UNGRD) le descalifica su gobierno y lo responsabiliza personalmente. Porque el director de esa entidad –de la que se sabía facilitaba las ilegalidades– fue alguien tan cercano a Petro que le prestó 300 millones de pesos para financiar su campaña presidencial de 2018.
Por sus procesos penales, le tocó renunciar al ministro Ricardo Bonilla. Y están empapelados otros altos funcionarios del gobierno de Petro y varios congresistas que no tienen origen en el petrismo pero que sí aparecen sobornados, y a altísimo precio, por la mermelada oficial.
Es evidente que en corrupción y clientelismo el gobierno de Petro compite por coronarse campeón.
En cuanto a la orientación económica del país, y no obstante su demagogia, el neoliberalismo de Petro no ofrece dudas. Incumpliendo su promesa electoral, sigue con los TLC que acogotan a la industria, el agro y el empleo, y sus reformas tributarias y de pensiones y su política de combustibles son las del FMI.
Además, quiere botar millonadas en aviones de guerra que Colombia no necesita. Destapa su ambientalismo falaz el propósito de convertir en base militar el parque natural Isla Gorgona y sus disparates sobre el problema del cambio climático son tantos, que Petro y Susana Muhamad hacen el ridículo ante los conocedores del tema.
Escandalizan los derroches del gobierno de Petro, tantos, que ahora sí se entiende qué querían decir los petristas cuando se frotaban las manos con el “vamos a vivir sabroso”, mientras siguen las dolorosas condiciones de vida de un porcentaje enorme de los colombianos.
Cada vez se nota más el talante autoritario de Gustavo Petro, con el que también pretende ocultar su pésimo gobierno imponiéndoles a los colombianos fijar su atención en el pasado de Colombia. De ahí que con cinismo concluyan los petristas que “este gobierno es malo, pero los anteriores fueron peores”.
Su talante despótico también se nota en su propósito de someter al poder presidencial a los poderes legislativo y judicial. Y el estilo matón de Petro y de sus bodegas no es para persuadir sino para amedrentar y silenciar.
Para confirmar su machismo, Petro indignó a las colombianas y los colombianos con su tentativa de premiar con una embajada a un machista feroz y confeso.
* Ex senador de la República.