En los ejércitos romanos, cuando un grupo de soldados cometía actos de rebelión o cobardía, se aplicaba la “decimatio”. Escogiendo al azar al 10% de la tropa, eran ejecutados por sus compañeros como castigo ejemplar para restablecer la disciplina.
Hoy el término diezmar, se refiere al castigo de un grupo aleatorio cuando los malhechores son muchos o desconocidos; o a la mortalidad de una población por una pandemia, una guerra, decisiones políticas, etc.
En el documento “Mejorando Vidas” (Liberty Energy) se mencionan cuatro pilares de la civilización, y el impacto que una transición energética mal calculada genera sobre estos.
En la carrera hacia un futuro energético limpio, la presión por reducir las emisiones de carbono lleva a muchos demagogos a promover una transición espuria a costa de sectores fundamentales para todos. Son el acero, el cemento, los plásticos y los fertilizantes esos cuatro pilares y su producción depende de combustibles fósiles.
El acero, presente en edificios, puentes y ferrocarriles, requiere de carbón coquizable (anatema en nuestro país), que genera las temperaturas requeridas para transformar hierro en acero. Su producción utilizando hidrógeno verde no está lista para reemplazar métodos tradicionales a gran escala.
El cemento es también indispensable en un mundo donde las ciudades siguen creciendo y su fabricación consume enormes cantidades de energía y emite CO2. Eliminar los combustibles fósiles de esta industria, sin alternativas viables, pone en riesgo la capacidad de construir viviendas, hospitales y escuelas para una población en aumento.
El plástico es despreciado, desconociendo su contribución a la salud, la tecnología y la industria alimentaria. Derivado de combustibles fósiles, es esencial para dispositivos médicos, empaques que garantizan esterilidad, componentes electrónicos y hasta la industria aeroespacial.
Los bioplásticos, prometedores como todo lo verde, no pueden suplir la demanda actual. La agricultura depende del gas natural para fabricar fertilizantes nitrogenados, responsables del crecimiento exponencial en la productividad agrícola para alimentar a una población global que supera 8.000 millones. Limitar su producción encarecería los alimentos, exacerbando la inseguridad alimentaria y la vulnerabilidad (caso Sri Lanka en columna anterior).
Es claro lo que está en juego al forzar una transición energética impulsiva, desordenada y acelerada. Las alternativas limpias a estos procesos industriales no están listas para asumir la magnitud de la demanda global. La transición energética no es solo un cambio de fuente de energía ni una moda chévere; es un cambio estructural que debe garantizar que los pilares de nuestra civilización permanezcan sólidos.
De no ser así, ese afán caliginoso por salvar al planeta terminaría afectando procesos y productos que pudieran diezmar a la humanidad.
@achille1964