Bailar frente al parlante mayor del picó es someter los 7 sentidos a una estimulación sensorial muy fuerte, es el despertar del sexto sentido, la propiocepción, el más importante de todos porque tiene que ver con todo lo que hacemos; y el séptimo, el vestibular, ubicado en el oído medio y sirve para escuchar en estéreo, mantener el equilibrio y coordinar los movimientos. Es irresistible, el cuerpo se va detrás de las notas persiguiéndolas por toda la pista en busca de la armonía entre el sonido y el movimiento para el disfrute total en cada bailada. Esa hiperacusia te permite diferenciar si la clave que está sonando es de son o de guaguancó, porque se bailan diferente, esa es la psicomotricidad en su máxima expresión. No conozco mejor terapia que bailar frente al picó.

Después de ese entrenamiento viajábamos cada cierto tiempo a Tasajera con el equipo de fútbol a jugar un clásico contra el de ese municipio del Magdalena, partidazo con un sol canicular cuyo resultado no importaba sino la celebración de la amistad a la orilla del mar con buen sancocho y unas cervezas para recuperar electrolitos. Teníamos un equipazo, el arquero era Jairo Paba, el picotero de la radio, El Flaco Alberto el capitán, yo marcador de punta y un número de jugadores que es imposible nombrar, algunos selección Atlántico; baste con decir que, de vez en cuando, se nos unía mi bróder Ariel Valenciano.

La Casita de Paja era también consultorio médico en el que se atendían interconsultas antes de la primera cerveza, El Flaco ya los tenía organizados para que no molestaran en la psicosonoterapia para los médicos. Eran viernes de sanación, pero sin discursos prometedores sino consultas breves para un diagnóstico que recomendaba que mejor fuera a revisarse al Curramba Memorial Jóspital, o podía resolverse con las muestras médicas que regalaban los laboratorios y que cada médico cargaba en su carro.

En la convivencia con los vecinos de esa nuestra esquina, sin distinciones ni títulos, sólo el sentido humanístico de reconocer al otro como un legítimo otro, se forjaron amistades muy lindas que perduran a pesar de las distancias y el tiempo transcurrido, pues, basta el encuentro casual para revivir en el abrazo todas aquellas emociones que sirvieron para consolidar la amistad.

Una parte muy importante de mi vida agradece la experiencia en ese rumbeadero del Barrio Rebolo en el que me sentí como un ser humano en medio de otros seres humanos que me brindaron su amistad y aceptaron la mía de la manera más empática, en el respeto por el otro.

En la Casita de Paja escuché por primera vez la palabra Bacanería.

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