A menos que se demuestre lo contrario de manera irrefutablemente técnica, el inmenso lote donde sigue creciendo Alameda del Río no es un humedal.
Unos gráficos de la CRA, que he examinado detenidamente, lo que sí revelan es que hay áreas donde las lluvias han originado acumulaciones de agua que se convirtieron en un encantador ecosistema para aves y reptiles. La comunidad ha pedido que esas áreas se declaren “protegidas”, pero la CRA considera, basada en una serie de documentos ambientales, que no reúnen ese “potencial”.
En conversaciones con Pedro Cepeda, secretario general de la CRA, le hemos expresado esto: si en Alameda del Río ha brotado un ecosistema en medio de la construcción de ese denso proyecto habitacional, pues por qué no preservarlo. Es nuestra sugerencia. De asumirla tendría que haber una concertación entre las autoridades ambientales y territoriales, los constructores y la comunidad.
Tenemos que transitar a las “ciudades esponja”. Es un concepto elaborado por el arquitecto paisajista chino Kongjian Yu que le permitió el Premio Internacional Oberlander en 2023. Las “ciudades esponja” son una alternativa frente al cambio climático, como lo muestra un artículo producido por María Cristina Florián y traducido por Isidora Tscherebilo.
Cito un párrafo del escrito mencionado: “El concepto fue adoptado como política nacional en China en 2013, priorizando infraestructuras naturales a gran escala como humedales, vías verdes, parques, protección de árboles y bosques, jardines de lluvia, techos verdes, pavimentos permeables…”.
Ojalá incorporáramos también a nuestra política pública el concepto de “ciudades esponja” del galardonado arquitecto chino. Su finalidad es que las ciudades se tornen más amistosas con la naturaleza. Y eso traspasa los localismos. Es un imperativo urbano global.
Desde esta columna sustancialmente es lo que hemos querido defender. Como periodista siento que la causa ambiental merece el respaldo activo de quienes creemos que la humanidad debe situar en el centro de sus atenciones la salud climática.
Barranquilla daría un enorme salto adelante si se planteara ser un paradigma de “ciudad esponja”. Se trata de un revolucionario propósito ecológico que choca con la visión y los intereses del poder inmobiliario.
No veo, sin embargo, a estos inversionistas como irreconciliables enemigos y esperaría de ellos que sean aliados de un nuevo urbanismo. Y de las instituciones a cargo del medio ambiente, como la CRA y Barranquilla Verde, anhelaría que cumplan con total firmeza la tarea de protegerlo colocando el interés público de primero.