Iniciamos un nuevo año enfrentando un duro golpe de realidad que, una vez más, pone de manifiesto la indiferencia colectiva con la que abordamos los problemas de salud pública no resueltos. La reciente muerte de un joven creador de contenido ha reactivado, al menos temporalmente, las alarmas sobre la persistente amenaza del dengue en nuestra región.

El último boletín epidemiológico del Instituto Nacional de Salud, correspondiente a la semana 52 de 2024, reporta que en el Atlántico y Barranquilla los casos de dengue están por encima de lo esperado según los registros históricos. Esta situación, lejos de ser atribuible exclusivamente a factores climáticos o biológicos, revela una problemática estructural profundamente preocupante: la falta de acceso permanente y universal al agua potable en varios municipios del departamento, incluidos aquellos del área metropolitana.

Un análisis de los planes de desarrollo de las administraciones departamentales y municipales recientes, así como de las noticias vinculadas a sus gestiones, evidencia numerosas promesas y anuncios sobre inauguraciones de acueductos. Sin embargo, estas iniciativas no han logrado erradicar una realidad inadmisible: la necesidad de que muchos ciudadanos almacenen agua en recipientes improvisados ante la poca confiabilidad en el suministro permanente. Este almacenamiento crea criaderos ideales para el mosquito Aedes aegypti, principal vector del dengue.

Resulta inconcebible que en un departamento rodeado por grandes cuerpos de agua, como el río Magdalena y el Canal del Dique, no se haya garantizado a la población el acceso universal y permanente a agua potable, un derecho humano fundamental. Esta negligencia perpetúa la pobreza y cobra vidas innecesariamente, convirtiendo al dengue, una enfermedad prevenible mediante saneamiento básico, control ambiental y vacunación, en un reflejo del abandono estatal y la desigualdad estructural.

Desde hace siglos, las enfermedades transmitidas por mosquitos, como el dengue, la fiebre amarilla y la malaria, han sido algunas de las amenazas más letales para la humanidad, superando en número de víctimas a todas las guerras juntas. Estas enfermedades no reconocen fronteras municipales ni barriales. Cuando el virus está en circulación, todos los habitantes están en riesgo, sin importar su género, nivel socioeconómico o filiación política.

En un contexto como el de Barranquilla, donde muchos trabajan en la ciudad pero residen en municipios aledaños, los problemas de saneamiento básico de estas comunidades tienen un impacto directo en la salud de todos. La inequidad en el acceso al agua potable no solo perpetúa condiciones de riesgo en los municipios, sino que también expone a los habitantes urbanos que, con su silencio, contribuyen a mantener esta desigualdad.

Aunque ya existe una vacuna contra el dengue, su cobertura es aún limitada y no representa una solución definitiva al problema. Como ocurre con otras problemáticas de salud pública asociadas a la pobreza, la solución requiere un enfoque integral que aborde las causas subyacentes: la falta de inversión en infraestructura, el abandono estatal y la persistente desigualdad.

Es hora de que enfrentemos esta realidad con decisión y compromiso. Garantizar el acceso al agua potable de manera permanente, además de ser una medida de justicia social, es una estrategia efectiva para prevenir enfermedades, salvar vidas y construir un futuro más equitativo.

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