No hay nada que tenga más legitimidad que la voz del pueblo y la defensa de su democracia. En estos días, el pueblo venezolano nos da una lección de coraje y perseverancia, al insistir en que los resultados de las elecciones presidenciales recientes no fueron legítimos. A esta demanda se suma un hecho incontrovertible: la negativa a publicar las actas de las votaciones, una omisión que no hace más que alimentar las sospechas de fraude. Venezuela, una vez más, vive un momento de profunda fractura.

En 2024, Colombia albergó a 2.845.706 venezolanos, según las cifras de Migración Colombia. Estos números, no solo evidencian la magnitud de la crisis humanitaria en el país vecino, sino también ponen sobre nuestros hombros la responsabilidad de actuar con firmeza frente a las violaciones democráticas en Venezuela. Sin embargo, las actuaciones de Colombia han sido penosas, recordemos que se optó por guardar silencio en la votación de la OEA para una resolución que buscaba pedir la publicación de los resultados de la votación presidencial y permitir la presencia de observadores internacionales. Un solo voto faltó para que esta medida fuera adoptada. Y ese voto pudo haber sido el nuestro.

El 9 de enero de 2025, fecha en la que se debía realizar la posesión del presidente electo, el pueblo venezolano no guardó silencio. Por el contrario, las calles se llenaron de protestas contra el régimen de Nicolás Maduro. Incluso, la detención de figuras clave como María Corina Machado, líder de la oposición, y la represión sistemática de manifestantes son solo algunos de los hechos que marcan esta jornada histórica. Una vez más, el gobierno venezolano demuestra que su democracia es una farsa, sostenida por la fuerza bruta y la censura.

Resulta igualmente revelador observar los países que reconocen a Maduro como presidente: Cuba, China, Rusia, Nicaragua e Irán, entre otros. En esta lista no sorprenden las afinidades políticas ni los valores que comparten. En cambio, sí resalta la indiferencia de otros actores internacionales que, al permanecer pasivos, se convierten en cómplices de un régimen que ha reducido a su pueblo al hambre, el exilio y la desesperación.

Venezolanos, su lucha es también nuestra. Defender la democracia no es solo un deber ciudadano; es un compromiso humano y moral. La historia será testigo de su valentía, porque una democracia genuina no se sustenta en votos fraudulentos ni en represión, sino en la voluntad libre y soberana de su gente. Luchen, venezolanos. El mundo los observa, y muchos de nosotros también alzamos nuestras voces para acompañarlos en esta cruzada por la libertad.