En la vida, con no poca frecuencia, suelen ocurrir situaciones que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad humana. Sin importar cuánto dinero o posesiones materiales tengamos, ahora lo puedes tener todo y en 5 minutos —o en un segundo—, quedarte sin nada.
Los recientes incendios en Los Ángeles han dejado una cicatriz profunda en el corazón de miles de familias. Según reportes, las llamas han devastado más de 15,000 hectáreas, forzando la evacuación de decenas de comunidades y dejando a muchos sin hogar. Estos eventos, que se vuelven cada vez más frecuentes debido al cambio climático, nos confrontan con una realidad desgarradora: lo que tomamos por permanente puede desvanecerse en un instante.
Para quienes han perdido todo, no hay palabras que puedan llenar el vacío inmediato. Sin embargo, quiero recordar algo que aprendí en mis propios momentos de adversidad: lo material es efímero, pero el espíritu humano es infinitamente resiliente. Es en medio del caos donde descubrimos fuerzas que no sabíamos que teníamos y donde lo esencial de la vida se revela con mayor claridad.
Las posesiones, por valiosas que sean, nunca pueden igualar el valor de la vida misma. En estos días de incertidumbre, la unión familiar, la solidaridad de las comunidades y el apoyo mutuo son faros de esperanza. Cada abrazo, cada palabra de aliento, es un recordatorio de que, aunque las llamas puedan arrasar con los objetos, nunca podrán extinguir el amor, la compasión ni la capacidad de reconstruir.
Para quienes observamos desde la distancia, este es también un llamado a la acción. Podemos ser parte de la recuperación con gestos sencillos: donaciones a organizaciones de ayuda, apoyo emocional para quienes conocemos y, sobre todo, conciencia para cuidar nuestro planeta y prevenir que tragedias como estas se multipliquen.
Quiero cerrar con un recordatorio: la vida, con sus altas y bajas, nos ofrece la oportunidad de empezar de nuevo. Lo que se ha perdido no define lo que podemos construir. A quienes enfrentan la pérdida, les digo: tomen un momento para respirar, para llorar lo perdido, pero también para mirar hacia adelante. Porque incluso en las cenizas, hay semillas de esperanza que esperan germinar.
Los Ángeles volverá a levantarse, como lo ha hecho tantas veces antes. Y todos, como testigos o protagonistas, podemos aprender de esta tragedia que lo esencial de la vida nunca se quema: está en nuestra capacidad de amar, de ayudar y de comenzar de nuevo.
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