A finales del año pasado las autoridades distritales modificaron la velocidad máxima permitida en un sector con detección electrónica de la calle 98, estableciéndola en 30 km/h. La medida causó algún revuelo, dado que el límite previo era superior y el ajuste, en apariencia, no tiene una justificación evidente. Tal decisión llevó a que los conductores expresaran su descontento, especialmente en las redes sociales, y que incluso presumieran que su implementación únicamente podría tener motivaciones asociadas al aumento en el recaudo, al plantear un escenario que, por fuerza de costumbre, propiciaría un mayor número de comparendos electrónicos.
Sin embargo, el asunto no es tan sencillo y tiene matices interesantes. Por un lado, recordemos que la probabilidad de que un peatón muera en un accidente de tránsito crece en proporción a la velocidad del vehículo que lo impacta. Mientras que en una colisión a 30 km/h la probabilidad de heridas mortales es del 5% (el 95% de los peatones sobrevive), ese indicador crece hasta el 50% a solo 50 km/h. Es decir, desde el punto de vista del bienestar del peatón, la medida es irrefutable.
Lo que irrita, asumo, es la sensación de «trampa» o «cascarita» que sufren los conductores, puesto que el cambio fue de un momento a otro sin que ninguna circunstancia lo previera.
Valdría la pena, entonces, considerar acciones adicionales. Si lo que se pretende es lograr que los vehículos reduzcan la velocidad en esa zona, sería buena idea complementar la implementación del nuevo límite con otras soluciones de diseño que ayuden a cumplirlo. La instalación de franjas de estoperoles plásticos, mayores esfuerzos en la demarcación en el pavimento, o inclusive la reducción del tamaño de los carriles, invitarán siempre al conductor a frenar, dejando la multa solo para quienes son verdaderamente irresponsables. Esas obras, que igual deberían implementarse en otros puntos conflictivos, seguramente ayudarían a lograr la meta final de todos esos esfuerzos, que no será otra diferente a mejorar los indicadores de seguridad vial de nuestra ciudad.
Personalmente estoy convencido de que la seguridad está por encima del afán. También estoy de acuerdo con la conveniencia de diseñar un espacio público que sea respetuoso con todos sus usuarios, no únicamente con los conductores de vehículos. En ese sentido, las multas son evidentemente un factor disuasorio que tiene efectividad. Lo malo es que nos quedemos sólo con eso y no exploremos otras estrategias que, de manera menos agresiva, también podrían facilitar mejores comportamientos ciudadanos.