Yo también habría aceptado la oferta del León. Una propuesta no solo superior en lo económico – cinco millones de dólares – sino también una oportunidad para mantenerse vigente, jugar el Mundial de Clubes y prolongar su trayectoria internacional. Sin embargo, ese no debería ser el debate. Este no es un ejercicio de criticar a James Rodríguez por aceptar o rechazar una oferta del Junior. Es una reflexión sobre cómo hemos perdido la habilidad de hablar con franqueza sin herir, y sobre cómo, en ocasiones, las formas son más importantes que el fondo.

Voy a imaginar un escenario basado en lo que ha dicho la prensa. Cristian Daes, amigo de James, le plantea la posibilidad de venir al Junior. En lugar de responder de frente que no, que todavía no era el momento futbolístico para regresar a Colombia, James termina atrapado en un callejón sin salida, como el general en su laberinto: intentó complacer a su amigo sabiendo, en el fondo, que nunca aceptaría. Pidió condiciones que pensó que no le concederían, pero se las concedieron; lo digo por todo lo que se ha dicho que pidió, hasta el chiste de los 14 escoltas. Aun así, el Junior seguía diciendo que sí. Y cuando finalmente no quedó escapatoria, dijo la verdad. Esto dejó un sabor amargo en la hinchada, en la ciudad y, probablemente, hasta en su amigo.

Porque tal vez lo que no midió fue el impacto de esa negociación del otro lado, donde existía un deseo genuino por parte de la familia Char de cumplirle ese sueño a la hinchada. No consideró que, en este proceso, no solo faltó al respeto a un empresario de 87 años – llamándolo dos horas después de una reunión para informarle que tenía una oferta mucho más alta – sino que también desilusionó a una ciudad entera. Una ciudad juniorista hasta los tuétanos, que, en los momentos más difíciles de su carrera, lo apoyó con la selección Colombia, lo aplaudió, lo arropó y lo ovacionó.

Por eso creo en la importancia de saber decir que no. Aprender a expresar verdades incómodas de manera constructiva y respetuosa, es una habilidad clave para mantener relaciones auténticas, tanto en lo personal como en lo profesional. James no calculó este pequeño detalle, porque, si lo hubiera hecho, estoy seguro de que las formas habrían sido distintas, más directas y consideradas para con la ciudad.

A las personas agradecidas, siempre Dios las bendice. En este caso, James no solo careció de formas, sino que, al intentar quedar bien sin ser sincero, terminó pasando por desagradecido con Barranquilla. Los que no saben decir que no, se terminan enredando; por eso la vida, con sus complejidades y situaciones, siempre será mejor afrontarla de frente.

@miguelVergaraC