Regresan de Chile dos hermanos autistas que estaban realizando sendas maestrías, su hermana menor, también autista, recibirá título como profesional en estudios literarios; recibo en consulta niños sin lenguaje, pero conocen el alfabeto ruso o el egipcio; otros comprenden en inglés sin saber leer, aquella realiza operaciones matemáticas de cierta complejidad, otros sorprenden por crear estructuras anatómicamente perfectas, una niña no verbal reproduce en piano una pieza después de escucharla por primera vez.

Mientras las investigaciones científicas no me muestren una causa común que explique a satisfacción todos los casos de Autismo, seguiré sosteniendo que no es una enfermedad, sino un producto de la evolución, un cerebro nuevo sobre la faz de la tierra. Sé que a muchos esta palabra les suena muy distante y piensan que somos la última etapa de la humanidad, pero no es cierto, pues, el cerebro sigue su proceso de interacción y transformación con el mundo que lo rodea, independiente de que lo aceptemos o comprendamos. La naturaleza no pretende hacer humanos mejores o perfectos en su ecuación de ensayo y error, sino lo que resulte, no es ni bueno ni malo, es un producto diferente.

Ese nuevo cerebro tiene una forma de comprender y estar en el mundo de modo literal, las cosas en la dirección y sentido exacto en que suceden o son dichas; no tiene filtro al hablar, dice su pensamiento sin ninguna intención, sólo las palabras precisas para describir la situación, le cuesta comprender el chiste o el sarcasmo. De él se dice que carece de lo que se denomina Teoría de la Mente, la capacidad de percibir, interpretar y atribuir estados mentales a las otras personas, por lo que se hace difícil la interacción social recíproca, lo patognomónico en el amplio espectro del Autismo.

Puedo afirmar que cada vez son más los de alto nivel funcional que los muy comprometidos a nivel conductual, lo que representa una buena noticia, ya que el mayor esfuerzo terapéutico se enfocará en las dos comorbilidades que lo acompañan y que producen la mayoría de conductas, un bajo tono muscular y un compromiso variable en los siete sentidos.

Este es el cerebro con el cual estamos conviviendo y para el cual debemos prepararnos como sociedad para sacar de él las mejores cualidades, teniendo claro, por supuesto, las diferentes variables desde el no verbal y pobre funcionamiento, hasta el más encumbrado con talentos y habilidades, con el fin de entender su discurso para definir si es entrenable o educable, y abrirle la puerta de las oportunidades, empezando por dejar de estigmatizar con base en el diagnóstico.

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