Más de 700 muertos por balas sicariales en los últimos dos años en Barranquilla y el área metropolitana nos tienen con los pelos de punta. Y la cifra promete seguir. Es una aniquilación que quizá tenga en algún momento una tregua breve o prolongada. En todo caso, este escalonamiento mortuorio parece hoy haberse extendido más que otras veces. Su activador es el negocio de las drogas ilícitas, un estructural fenómeno que por ahora no tendrá superación, un inframundo capitalista donde el dinero se junta con la muerte.
La impotencia del Estado para conjurar esta matazón es otra realidad. Y aunque nadie lo verbalice gubernamentalmente no faltarán quienes desde el aparato público piensen que es mejor mirar hacia un lado y dejar que entre criminales se sigan diezmando.
Legalización de las drogas no va a haber por largo tiempo y tampoco es pronosticable que entre quienes están en este negocio se vayan a pactar unas reglas de coexistencia pacífica. En otra columna dije que en Italia las mafias fueron logrando espacios en los negocios legales y concertaron no agredirse. O matarse menos. Acá estamos en plena barbarie de los homicidios, las masacres, los desmembramientos y los lanzamientos de cuerpos al río Magdalena. Los acuerdos a la manera italiana no parecen trasladables a estos parajes tropicales. Pero todo termina evolucionando. El Derecho Penal también lo ha hecho. Michel Foucault en el libro Vigilar y Castigar muestra que entre el descuartizamiento de Damiens, a mediados del siglo XVIII, y los castigos de hoy, que no tienen ya como objeto el cuerpo, median épocas distintas.
Los barranquilleros no podemos perder el tiempo descargando en Petro, Char y Verano la culpa de lo que está sucediendo en las calles inseguras. Estamos ante un complejísimo problema que supera las dimensiones distritales y metropolitanas y las interpretaciones superficiales. Lo que corresponde hacer es mejorar las capacidades del Estado en seguridad y justicia. Los ciudadanos que dicen “esto está maluco” esperan una Barranquilla donde lo cotidiano sea la tranquilidad y no la danza de la muerte. Necesitamos un Estado fortalecido en inteligencia, en materia penal, policial, en recursos tecnológicos y logísticos. Tiene que haber voluntad política para priorizar este tema.
El peaje Papiros o la Valorización son importantes, pero no más que el espectáculo fúnebre que estamos viviendo a causa de un negocio que crece en demanda y oferta y que no tiene salida distinta a la legalización como algunos países lo han hecho con la marihuana y como ocurrió hace muchísimas décadas con el whisky. Prohibir nunca ha sido la mejor solución.
@HoracioBrieva