Vivimos en un mundo donde la terquedad y la inconsciencia parecen haberse convertido en características predominantes de nuestra interacción social. Ambas conductas, aunque de naturaleza distinta, se entrelazan de manera inquietante, alimentándose mutuamente en un ciclo que obstaculiza nuestra capacidad de empatizar y reflexionar.
Desde una perspectiva psicológica, estos dos comportamientos reflejan una desconexión profunda con la realidad, una falta de autocrítica y un desdén por el bienestar común.
Hoy, es común observar cómo muchas personas caen en la trampa de relativizar sus acciones, es decir, minimizan o incluso justifican sus actitudes. Esto genera una situación en la que se crea una “realidad paralela”, donde sus acciones, por más dañinas que sean, siempre encuentran justificación, mientras que la responsabilidad se transfiere invariablemente a los demás. En este tipo de personas, la victimización se convierte en un mecanismo recurrente, uno que les permite eludir cualquier tipo de autocrítica. A menudo, cuando reconocen algún error, lo hacen de manera superficial, achacándolo a que “fueron demasiado buenos” o a la “mala interpretación” de los demás. En un escenario como este, el crecimiento personal es casi imposible, pues todo parece girar en torno a una víctima inocente, incapaz de asumir la responsabilidad y consecuencias de sus propios actos.
La terquedad y la inconsciencia se agudizan especialmente en personas ambiciosas y también se pueden observar en personas con rasgos narcisistas o trastornos de personalidad. Estas personas suelen reinventar su propia historia frente a los hechos, adaptándola a sus intereses y creencias, y llegan a creerse sus propias mentiras. Niegan lo obvio, distorsionan la realidad y tuercen las palabras de los demás para justificar sus acciones. Este patrón de comportamiento refuerza su visión egocéntrica, donde el bienestar ajeno queda completamente subordinado a su necesidad de mantener una imagen de superioridad y control.
Esta combinación de terquedad e inconsciencia resulta dañina a nivel personal, familiar en todos los contextos de la vida del hombre. La propuesta es desarrollar la autocrítica y la empatía como medios para romper con este ciclo destructivo. Además, considerar la ayuda profesional si se desea evitar quedarse prisionero de una forma de vida que, tarde o temprano, traerá consecuencias perjudiciales.