Colombia, por más que queramos verla de otra forma, sigue siendo el escenario donde se ha instaurado la barbarie como estilo de vida. Somos una suerte de resistencia a la dureza de las pérdidas: las de ayer, las de mañana y, por supuesto, las de hoy. Lo que está ocurriendo en el Catatumbo supera la denominación de ‘drama’. Porque pone contra las cuerdas de la brutalidad propia de la insurgencia a un gran número de personas que, casi sin derecho a más opciones, se debaten entre el dolor por irse y el terror por volver.
Ha dicho Javier Sarmiento, procurador delegado para el seguimiento a la implementación del Acuerdo de Paz, que «es muy prematuro hablar de un retorno porque las condiciones de seguridad no están dadas, resaltando, por ejemplo, la gran cantidad de minas antipersonal». Y eso debería dolernos a todos por igual, porque lo que pasa en el noreste de Norte de Santander es una realidad que habla de la vigencia de esos fantasmas hambrientos de poder que el Estado colombiano no termina de matar.
Si no comprendemos la tragedia de tanta gente que está siendo golpeada por la violencia en esa zona del país como la tragedia de toda una nación, estamos naufragando como tal. «La guerra es lo que ocurre cuando fracasa el lenguaje», muy sabiamente dijo Mark Twain. Hoy, todos los colombianos deberíamos preguntarnos qué tan acostumbrados estamos a ese fracaso cuya naturaleza, mucho más que lingüística, es humanística.
Decenas de miles de personas desplazadas viven una verdadera encrucijada ante la amenaza que representan cientos de hectáreas plagadas por minas antipersona que ponen en riesgo la humanidad de una larga lista de niños, niñas, hombres y mujeres que han sido forzados a huir, como si les debieran algo a los guerrilleros del ELN o a los disidentes de las Farc o a cualquier otro bandido que se escude en defender “causas justas e históricas” al tiempo que malea todo lo que encuentre a su paso.
En Colombia no existe paz. Ni parcial ni mucho menos “total”. Ni desminado militar, ni desminado humanitario. En el Catatumbo no ha sido posible nada que limpie u oxigene realmente a sus habitantes, hoy, desplazados o, peor aún, atrincherados en medio del fuego cruzado. Son más de treintaidós mil personas las atrapadas en esa horrible situación. A la fecha, la cifra bajo el subregistro de la Procuraduría supera los noventa y dos mil desplazados en el Catatumbo. Importante es recordar que no se trata solo de números, sino de vidas humanas.
@catarojano