Podría decirse que El Brutalista es un biopic sobre la vida de László Tóth (Adrien Brody), un arquitecto judío húngaro vinculado al movimiento “brutalista”, quien, tras escapar de la Segunda Guerra Mundial, logra establecerse en Estados Unidos, solo para enfrentarse a nuevos desafíos.
Sin embargo, la película va mucho más allá de la estructura biográfica tradicional, ofreciendo múltiples interpretaciones a su título, comenzando con la aparición invertida de la Estatua de la Libertad cuando László llega a Ellis Island.
Como sobreviviente del Holocausto, László se refugia en Filadelfia. Su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy), siguen atrapadas en Europa, y la incertidumbre sobre su destino lo atormenta. El mundo parece darles la espalda, sin considerar el pasado del que intentan huir.
En un primer momento, se aloja con su americanizado primo Attila (Alessandro Nivola), quien ha cambiado de nombre y vive con su carismática esposa católica Audrey (Emma Laird). La pareja maneja una mueblería, y László se une al negocio con intención de diseñar muebles innovadores.
Sin embargo, la convivencia se deteriora rápidamente debido a los comentarios racistas de Audrey, que comienzan con alusiones a su nariz torcida, y se ve obligado a buscar otro camino.
En este contexto conoce al magnate Harrison Van Buren (Guy Pearce), cuyo hijo le encarga rediseñar la biblioteca de su mansión. Esta relación marcará los altibajos de su nueva realidad, donde el poder del dinero dicta las reglas: desde la posibilidad de reunirse con su familia y crear artísticamente, hasta su propia degradación, atrapado entre la adicción y los fantasmas del pasado.
Dirigida por Brady Corbet, la historia de László está inspirada en arquitectos reales que, como él, sufrieron el impacto del Holocausto. Quizás mejor que cualquier otra película sobre el tema, El Brutalista demuestra que no hay una respuesta ni un escape definitivo. Es un conflicto tan brutal que puede disimularse, pero nunca resolverse.
Ni quienes quedaron atrapados bajo el yugo soviético, ni los que se aferraron al sueño sionista en Israel, ni aquellos que enfrentaron el capitalismo en América encontraron una auténtica salida a su tragedia.
La destrucción nazi del judaísmo y otras minorías dejó cicatrices imborrables que persisten hasta la tercera generación. Lo valioso de esta cinta es la cantidad de capas de análisis que ofrece, dejando huella en el espectador mucho después de abandonar la sala. Y es precisamente en ese espacio donde mejor puede apreciarse su complejidad.
@GiselaSavdie