Con la reelección del presidente Trump, se rompió el consenso de libre comercio que dio al mundo su mayor periodo de prosperidad. Al volver a la falacia del juego de suma cero, la nueva administración estadounidense interpreta un déficit comercial como pérdida económica. Las sanciones recientes marcan el regreso al aislacionismo que, hace un siglo, hundió al mundo en una gran depresión. La novedad radica en los llamados “aranceles verdes”, que la Comunidad Europea está por consolidar este año. Si serán medidas acertadas o no, solo el tiempo lo dirá, puede que existan alternativas más efectivas. Lo cierto es que su viabilidad política surge tanto de una genuina preocupación ambiental como del renacimiento del proteccionismo. Estas aguas serán turbias para Colombia, echaremos de menos un mundo basado en reglas.

Para frenar que la industria evada sus compromisos de cambio climático moviéndose a países de regulación ambiental más laxa, la Unión Europea implementó el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM). A partir de este año, el acceso al mercado europeo para sectores intensivos en energía como cemento, hierro, electricidad, hidrógeno y aluminio, estará condicionado al cumplimiento de requisitos ambientales. Si bien este mecanismo inició su etapa de transición en 2024, este año entrará en vigor plenamente, con aranceles adicionales estimados en un 25%. La medida ha sido tan bien recibida que, para 2026, se planea incluir plásticos y químicos, y para 2030 abarcará todos los sectores sujetos al impuesto europeo del carbono.

Más preocupante aún es la nueva normativa europea contra la deforestación, que entra en plena vigencia también este año. Aunque Colombia no es un actor relevante en las exportaciones de sectores del CBAM, sí lo es en aquellos de la legislación anti-deforestación: ganado, cacao, café, palma, soya, madera, y sus derivados. El mecanismo obligará a los importadores a certificar que, desde 2020, ninguno de estos productos ha contribuido a la deforestación de bosques nativos. Además, otorgará nuevos derechos a las comunidades ancestrales.

Aunque la regulación se aplica a cada exportación y no a países enteros, la Unión Europea clasificará a las naciones según su nivel de riesgo de deforestación. Las multas, equivalentes al 4% de la facturación total del importador, son tan severas que podrían hacer inviables cadenas enteras de producción.

Frente a los aranceles de EE. UU, no parece haber voluntad política para solucionar: la victoria “ideológica” parece ser más importante que lo económico. En cuanto a los aranceles verdes de la Unión Europa, el desafío es técnico. Si Colombia hubiera implementado un mercado de créditos de carbono, podría beneficiarse de un acceso preferencial al mercado europeo. Desafortunadamente, ni este ni el anterior gobierno han avanzado en esa dirección. Así mismo, ni Min Comercio ni Min Ambiente iniciaron procesos de certificación en las cadenas más vinculadas con la deforestación. Los grandes productores podrán adaptarse sin dificultades, pero las cooperativas y campesinos necesitarán apoyo.

Este nuevo mundo de orden económico será más implacable que el que dejamos atrás. La poesía, aunque sea bien intencionada, pierde relevancia cuando la fuerza tiene la razón. Pésima idea en esta coyuntura, ponerse a renegociar tratados.

@SimonGaviria