No existe planeta B y parece que tampoco un plan alternativo para trascender esta difícil realidad que estamos viviendo. Todo lo que ha sucedido en estas recientes semanas alrededor del mundo desafía cada vez más nuestra resiliencia y capacidad de entendimiento. Escribo este artículo con cierta sensación de embotamiento pero también de curiosa ansiedad optimista. Trato de asimilar la avalancha de noticias que han derivado de la posesión de Donald Trump como presidente y también todas las alertas mundiales por la cada vez más evidente crisis climática en el mundo.
Desde los más banales memes hasta los más profundos análisis y predicciones sobre lo que vendrá en esta era de tantos movimientos políticos, económicos y sociales empiezan a calar en nuestra mente. He sentido cansancio y confusión. Sin embargo, el trabajo espiritual que hecho a lo largo de los años me lleva a mirar todo con esperanza. Quiero pensar que después del caos y la decadencia existe siempre un proceso de depuración para nuevos comienzos. La metáfora del loto es acertada en predecir que para que surja la mejor versión de cada elemento vivo debe ocurrir un renacimiento. A nivel más metafísico la era de acuario se presenta como un período de transparencia y grandes cambios en la tierra. Una etapa en la que todo sale a la luz y ampliamos nuestro nivel de conciencia para encontrar nuevos caminos para la existencia.
Pareciera como si estuviéramos caminando hacia atrás en un proceso de involución. Los avances de la ciencia, la tecnología y la creación de la inteligencia artificial nos despiertan a un mundo que progresa a pasos agigantados. Pero al mirar hacia adentro estamos estancados en nuestra evolución espiritual. Seguimos aferrándonos a viejas creencias limitantes, a dolores y heridas generacionales que se abren y se avivan. Seguimos centrándonos en el desarrollo intelectual y dejamos de lado el corazón y la conciencia como dos elementos primordiales de las dimensiones humanas. Tenemos preguntas existenciales poderosas que no encuentran respuestas ni en la religión ni en la filosofía. Este vacío es en donde crecen y se anidan ideologías que perturban y se enquistan en los rincones de la sociedad. Ideologías basadas en el miedo y la división para propagarse como una plaga que contagia con facilidad a las mentes ávidas y ansiosas que no han encontrado sosiego en su existencia. Regresar al odio, la división y la segregación representa una especie de cáncer que se llevará por delante todos los avances que hemos logrado a partir de duras guerras para construir un futuro sostenible y humano. Duele, duele mirarnos en el espejo, duele leer las redes y su parafernalia, duele escuchar a los gobernantes confundidos.
Sin embargo siempre existe la posibilidad de retornar al lugar en donde habitan las más altas cualidades humanas que son inagotables: el amor, la compasión, la ecuanimidad y la capacidad de cultivar alegría con el sentido de gratitud. Suena romántico y hasta desconectado con la dura actualidad, pero es sin duda el antídoto que el mundo tanto necesita para equiparar su espíritu con el progreso material alcanzado.
*Escritora