Hace unos días, mientras cierto innombrable tirano hablaba de imponer aranceles y yo meditaba sobre la importancia de la cinta de Moebius en la narrativa de Julio Cortázar, me preguntaron por la utilidad que tiene la lectura de cuentos en el mundo moderno. La pregunta me tomó un poco desprevenido, pero traté de responderla con la mayor sinceridad. Sin embargo, me quedó rondando la incómoda sensación de haber dicho algo que no terminó de dar en el blanco.

Recordé, en todo caso, el espléndido libro La utilidad de lo inútil, del pensador italiano Nuccio Ordine, desaparecido prematuramente. Resalté la importancia de seguir leyendo obras de ficción. Lo pienso decididamente, no solo porque la obstinada literatura se sigue escribiendo, pese a todo, en un mundo que se desmorona, encandilado por una espiral utilitarista que se empeña en considerar inútiles los saberes humanísticos, que desprecia todo cuanto no produce beneficios aparentes e inmediatos.

Olvidando que, como dice Ordine, hay saberes y prácticas esenciales para vivir que son del todo ajenas a cualquier finalidad utilitarista, que son fines en sí mismos, que simplemente nos hacen mejores y cumplen un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo integral de la humanidad.

La utilidad de los saberes inútiles se opone, en efecto, a la idea de utilidad dominante, que, al anteponer el interés económico, demuele a fuego lento la memoria, las humanidades, la enseñanza, la investigación libre, la imaginación del niño, el pensamiento crítico del estudiante.

En los días que corren, afirma el italiano, “un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.

El libro de Nuccio Ordine hace un recorrido por la obra y el pensamiento de los más grandes autores de la historia, no solo para intentar dilucidar la utilidad de lo inútil, sino, sobre todo, la inutilidad de lo útil, de lo indispensable.

En ese deslumbrante recorrido, no podía faltar García Márquez, y los pescaditos de oro del coronel Aureliano Buendía, quien en su lúcida locura «había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en el muladar de la gloria, para descubrir con casi cuarenta años de retraso los privilegios de la simplicidad».

Y así estamos hoy, perplejos en el laberinto del beneficio, sometidos a la dictadura de la utilidad, sin percibir la palpitante belleza de lo cotidiano, del sol en el poniente, de un enjambre de estrellas en el cielo, la dulzura de un beso, el nacimiento de una flor, el vuelo de una libélula, la sonrisa de un niño… Porque, como dice Nuccio Ordine, a menudo la grandeza se percibe mejor en las cosas más simples.

Solo por eso, hoy volveré a las páginas de La noche boca arriba…