Era la meta clasificar al próximo Mundial sub-20 que se va a celebrar en Chile, durante el mes de septiembre. Y la selección Colombia la alcanzó. Por supuesto, el técnico y los futbolistas, en medio de una competencia que entrega un título sudamericano, tenían la firme intención de subir al primer escalón del podio. Coronarse campeón. Así que, buscando en cada partido el triunfo para llegar al título, sumó los puntos necesarios para llegar al campeonato mundial (“para flechar el águila hay que apuntarle a la luna”).

Esta fue una selección Colombia que hizo de la velocidad y la valentía en el uno contra uno el rasgo distintivo de su idea colectiva. Un andar con mucha dinámica, con clara orientación ofensiva, la mayoría de las veces con desmarques hacia adelante, con un impetuoso deseo de ir directo al arco rival. Esto último, no solo por las naturales pulsiones de los jóvenes, sino porque esas son sus peculiaridades físicas y técnicas. Así sienten el fútbol. También fue un equipo muy gregario en la fase defensiva, todos intervienen. Tuvo una mejor fase de clasificación que el hexagonal. Jugó casi siempre tomando la iniciativa, exceptuando cuando su técnico dudó ante Argentina, que fue el único partido donde se vio inferior a su rival.

En mi opinión, a su peligrosísima rapidez y habilidad con las que ataca, tendría que, a veces, agregarle un punto de sosiego a la elaboración, tomarse un tiempo para no arriesgar en todo momento la jugada. A su muy buen promedio de estatura, adicionarle determinación y movimientos para sacarle más provecho.

Tendrá seis meses para afianzar el estilo, sumarle mejoras y corregir defectos. Tiempo para no renunciar a la velocidad, pero no soslayar la pausa. Confiar en el desequilibrio, pero sin menospreciar el equilibrio.