La lealtad y las alianzas se pueden forjar a punta de zanahoria, garrote o una combinación de ambas. Después de la Segunda Guerra Mundial, con el poderío que adquirió en el postconflicto, Estados Unidos asumió un liderazgo global, especialmente en Occidente, y creó una red de aliados que lo catapultaron como líder mundial; ese papá al que todos seguían.
En su estrategia, la mano dura ha logrado doblegar a aquellos que no se alinean con sus intereses. Ha sido evidente con su poderío militar, que tiene un presupuesto anual superior 10 veces al de Rusia, que es el segundo. O las sanciones económicas que ha aplicado a países como Cuba, Venezuela y Rusia. Pero históricamente con los aliados, había sido distinto: aquellos países que demostraron lealtad y compartieron los ideales de democracia, crecimiento y globalización impulsados por ellos, han recibido la “zanahoria”. Y una de sus principales expresiones fue USAID, que ha financiado proyectos clave en América Latina y otras regiones estratégicas.
Por ejemplo, USAID ha sido fundamental en Colombia con iniciativas como ‘Colombia Rural’, para fortalecer la seguridad alimentaria en comunidades vulnerables. También ha respaldado temas de salud pública, como la Prevención y Control del VIH, clave para el acceso a tratamiento de esa enfermedad en varias comunidades. En Centroamérica, ha financiado el ‘Programa de Oportunidades para Jóvenes’, que busca reducir la migración irregular, brindando capacitación y empleo a jóvenes en riesgo.
Sin embargo, en la nueva estrategia estadounidense, el garrote también está alcanzando a los amigos, y la zanahoria está desapareciendo. Son muchos los proyectos que están en peligro ante la incertidumbre sobre la cooperación de EE.UU. a futuro para programas de USAID. Y aunque es entendible que el nuevo gobierno quiera velar por sus intereses internos primero, a mediano plazo esta nueva política amenaza la lealtad construida durante décadas, pues el apoyo basado en la confianza y el beneficio mutuo es mucho más sólido que el que se impone a través del miedo.
Quitar el apoyo a los aliados puede tener un efecto bumerán. Muchos de estos países, que dependían en gran medida de USAID para enfrentar retos estructurales, pueden verse obligados a buscar nuevas alianzas con actores como China o Rusia, que se han mostrado dispuestos a llenar los vacíos dejados por EE. UU. en el complejo panorama geopolítico actual, este cambio podría debilitar la posición estadounidense en la región y socavar el liderazgo global que construyó durante más de 70 años. Las relaciones internacionales, como las personales, requieren reciprocidad. Si Estados Unidos continúa aplicando la misma dureza a sus aliados que a sus adversarios, corre el riesgo de que aquellos que antes fueron amigos, terminen, como Poncio Pilato, lavándose las manos y buscando nuevos socios que sí les ofrezcan la zanahoria cuando más la necesitan.