Los carnavales introducen un impacto muy especial a quienes los hemos vivido y que, durante las fiestas programadas alcanzan un máximo de placer tan especial, difícil de describir. En ciudades, como en Barranquilla, las actividades, los sentimientos y, en general, la vida se nos cambia, debido en gran parte a que, durante el resto del año pensamos, relacionamos y programamos, todo alrededor de estas fiestas que vivimos desde pequeños y nos llevaremos a la tumba, dejándonos los innumerables recuerdos, de nuestras primeras intervenciones. Por mi parte me inicié en los celebrados en Santa Marta Y Ciénaga, traídos a la arenosa en donde han adquirido por el crecimiento de ciudad y el departamento, el reconocimiento de la fiesta más importante de Colombia. Llena de coloridos, cultura, tradición y folclor. El componente musical unido al folclor, la cultura y la tradición recibe cada año los aportes de la modernidad, la tecnología y los avances que la ciencia, la educación y nuestras idiosincrasias le han transmitidos a partir del sincretismo inseparable de las razas, el indio, unido al negro y el blanco, con el crecimiento dominante de un mestizo, característico del caribe que, fácilmente, ha venido traspasando a nuestros nacionales, cachacos, pastusos, santandereanos, llaneros y otros. Al mismo tiempo, alcanzando a los visitantes de índole internacional, gringos, chinos, europeos etc., incluyendo personajes de todo el mundo, no necesitándose ni el idioma, sino las ganas, y aquel fácil contacto con el ambiente carnavalero, que se siente desde que se llega a la arenosa.
La parte musical, por donde entra con gran fuerza el carnaval, pareciera que nos hace olvidar, al menos por unos días, los componentes académicos, profesionales, o de diferencias sociales y económicas. El carnaval es para el rico y para el pobre, como sus componentes sanguíneos, que fluyen a nuestro cerebro, con el único deseo de despertar la alegría que, tanto necesitamos, en momentos en los que los sufrimientos dados por un país en guerra, un futuro financiero imprevisible, una salud en situación deplorable, una criminalidad desbocada y de la peor presentación, masacres, homicidios, feminicidios, pederastas, abusos sexuales, suicidios. Con evidentes fallas en la política y estructura del Estado y una historia llena de violencia y corrupción.
Nos hace pensar que, de todo lo que hemos hecho por los demás, es muy poco lo que queda. En Medicina, salvamos casos difíciles, para que otros, sin ningún remordimiento acaben en medio de la mayor violencia, con la vida de los demás, indefensas familias, que huyen despavoridas a buscar salvar a sus enfermos, ancianos, niños, animales y enseres, que sin ninguna culpa son masacrados. El carnaval de la vida, no lo podemos olvidar, a pesar de que traigamos 50 chaquiras, Teófilos, Vacas, James o 50000 policías o soldados. No nos acompañarán ni el Presidente ni sus ministros, ni la Justicia, ni los órganos del Estado. Pero, estará el pueblo tratando de sublimar tan malas situaciones.
Yo, por mi lado, mientras tanto, ante tanta incomprensión, doy gracias a Dios que, en medio del concepto pagano de los carnavales, me permita esperar y disfrutar, de la llegada de aquellos hacedores del Carnaval, en donde en este año, incluyó a Fruko, uno de esos conocidos de mis años 70, en Medellín, para preguntarle, si ese gran músico, intérprete y compositor que representa la Salsa colombiana, ya aprendió a bailar.
@49villanueva