Por estos días, el tema de “Papá Pitufo” ha calado en la crisis de gobierno; el morbo que genera el destape o que salgan a la luz pública listas de nombres de los polémicos personajes que legislan en favor de sus electores es innegable.
No culpo a Petro de que se le haya infiltrado un Pitufo; si a la campaña de un antecesor se le metió un elefante a sus espaldas sin darse cuenta, sería imperceptible detectar a un pequeño Pitufo.
Los políticos se organizan de tal forma que tienen que acudir a todo lo que esté a su alcance para recuperar lo invertido en campaña. Razón por la cual, la práctica de recomendaciones y tráfico de influencias es algo tan usado que parece normal. Quien no está en cercano contacto con las maquinarias políticas no tiene espacio en lo público la mayoría de las veces.
Es importante dar a conocer el delito de tráfico de influencias que está establecido en el artículo 411 del Código Penal Colombiano y que dispone:
“Artículo 411. Tráfico de Influencias de Servidor Público. El servidor público que utilice indebidamente, en provecho propio o de un tercero, influencias derivadas del ejercicio del cargo o de la función, con el fin de obtener cualquier beneficio de parte de un servidor público en asunto que éste se encuentre conociendo o haya de conocer, incurrirá en prisión de sesenta y cuatro (64) a ciento cuarenta y cuatro (144) meses, multa de ciento treinta y tres punto treinta y tres (133.33) a trescientos (300) salarios mínimos legales mensuales vigentes, e inhabilitación para el ejercicio de derechos y funciones públicas de ochenta (80) a ciento cuarenta y cuatro (144) meses.”
La política es el arte de gobernar, y para gobernar se convirtió en costumbre pagar. A pesar de existir topes de gastos y recursos en las campañas, las cantidades que se invierten en las contiendas electorales para obtener los cargos de elección popular son superadas con creces. Una vez alcanzado el cargo, hay que resolver para devolver a los aportantes o cumplir los compromisos adquiridos durante las campañas, y se vuelve un círculo de promesas, mentiras, favores, incumplimientos, contratos, escándalos y denuncias, ¡y vuelve y juega!
Así las cosas, no se puede decir que los miembros del gobierno, senadores y representantes, cuando hacen gestos fraternos y recomiendan el nombre de un amigo, familiar o conocido para un cargo de director de la Administración de Impuestos, se comportan como delincuentes, o que son sujetos de delito alguno por este noble hecho.
¡Los congresistas son felices y disfrutan ayudar a sus electores a encontrar un trabajo!
@lavozdelderecho