En las conversaciones cotidianas, es común escuchar a las generaciones mayores mencionar cómo, en “sus tiempos”, las cosas eran más baratas. Las anécdotas sobre cómo se podía comprar una canasta básica con un solo salario, adquirir una casa sin endeudarse de por vida, o estudiar sin enfrentarse a deudas monumentales suelen parecer nostálgicas, pero tienen un sustento real.
La pregunta es: ¿por qué antes la vida era más económica?
Uno de los factores principales es el aumento desproporcionado del costo de vida en comparación con los ingresos promedio. En las décadas pasadas, el salario mínimo era suficiente para cubrir necesidades básicas como alimentación, vivienda y educación.
Hoy en día, incluso con empleos de tiempo completo, muchas personas luchan por satisfacer esas mismas y mínimas necesidades. Este fenómeno es el resultado de varios factores, entre ellos la inflación, la especulación inmobiliaria y la concentración de la riqueza.
Según datos de estudios económicos, mientras que los precios de bienes y servicios esenciales han aumentado de forma significativa, los salarios han permanecido estancados o han crecido a un ritmo mucho menor. Esto ha generado una creciente brecha entre los ingresos y los gastos necesarios para vivir cómodamente.
En el pasado, muchas comunidades dependían más de la producción local para satisfacer sus necesidades. Los alimentos, por ejemplo, eran producidos y distribuidos localmente, lo que reducía los costos asociados al transporte y la intermediación.
Con la globalización, aunque se han ampliado las opciones de consumo, también han aumentado los costos asociados a la logística y los impuestos de importación.
Además, el acceso a recursos naturales como agua, tierra y energía era más fácil y menos costoso. Hoy en día, estos recursos están controlados en gran medida por grandes corporaciones, lo que limita su disponibilidad y aumenta sus costos para el consumidor final.
Otro punto crucial es que en el pasado el consumo era significativamente menor y las opciones disponibles también eran limitadas. Las familias solían priorizar bienes esenciales y gastos que garantizaban estabilidad a largo plazo, como la vivienda y la educación.
La ropa, los electrodomésticos y otros bienes duraderos se compraban solo cuando era estrictamente necesario, y su calidad garantizaba una vida útil prolongada.
Hoy en día, el consumismo y el ritmo acelerado de la vida moderna fomentan gastos constantes en tecnología, entretenimiento y moda.
Las campañas de mercadeo, el acceso inmediato a productos y la constante renovación de dispositivos fomentan un ciclo de consumo que antes no existía. Aunque estas opciones mejoran la calidad de vida en algunos aspectos, también generan una presión financiera adicional y, en ocasiones, afectaciones psicológicas en niños y adolescentes debido a la constante comparación social.
Las políticas económicas también han jugado un papel crucial en el cambio. Las décadas recientes han estado marcadas por una desregulación financiera y una disminución en las protecciones laborales, lo que ha llevado a una mayor precariedad en el empleo.
Asimismo, la desigualdad económica ha aumentado de manera alarmante. Hoy, una pequeña élite concentra una proporción desproporcionada de la riqueza, mientras que la mayoría de la población enfrenta dificultades para progresar económicamente.
Aunque es tentador romantizar el pasado, el hecho de que la vida fuera más asequible no es una cuestión de percepción, sino una realidad respaldada por datos económicos y sociales. Las causas de este cambio son complejas y multifactoriales, desde el estancamiento salarial hasta los efectos de la globalización y las políticas económicas.
Reflexionar sobre estas razones no solo nos ayuda a entender cómo llegamos a este punto, sino también a buscar soluciones que permitan construir un futuro más equitativo y sostenible para las generaciones venideras.
*Consultor de Negocios