La biblia de la computación reza que “en el principio era la nube” y la nube era un centro de cómputo. Por medio de ella durante décadas se hizo todo y sin ella no se hizo nada. En ella y sólo en ella estaba el hardware y estaba el software, y estaban los datos de las empresas, de los hombres y las mujeres… Bogotá tenía las nubes más grandes de Colombia: Colsistemas y Computec. En ambas había computadores intimidantes, mainframes se les llamaba, que demandaban muchas toneladas de refrigeración, soplando aire frío desde abajo por rejillas de un piso falso y fuerte. Barranquilla tuvo su par de nubes: Procecom y Procomputos.
Las aplicaciones las desarrollaban internamente las empresas y entidades usuarias, algunas de las cuales tenían su propia nube, como los bancos, el DANE, Coltejer, Ecopetrol y un par de universidades. Programábamos en Cobol para aplicaciones de negocios, en Fortran para ingeniería y en Assembly los más nerdos. Los usuarios enviaban instrucciones por teclado a la nube desde unas “terminales brutas”, llamadas así porque no tenían capacidad de cómputo (CPU), ni memoria, ni programas, ni datos. Se comunicaban con la nube a través de cable de cobre como el de la telefonía fija o por relevo entre antenas de microondas. Luego recibían su respuesta por la misma vía, o impresos si “la nube” estaba cerca.
IBM dominaba el mercado mundial. Al resto de competidores, haciendo un acrónimo con sus iniciales, le decían el BUNCH, el montón. IBM no vendía nada, todo era arrendado: el hardware y el software de los sistemas operativos, complejos y confiables. A ambos se le hacían actualizaciones periódicas por un costo siempre incremental. El Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ) le inició un juicio antimonopolio que duró toda la década de los 70, pero terminó retirando los cargos en 1982.
En la biblia de la computación, entonces fue el caos. En pocos años una decena de jinetes apocalípticos cabalgando sobre hojas de cálculo, procesadores de palabra e interfaces gráficas, liderados por Bill Gates y Steve Jobs, derribaron las puertas de la fortaleza de IBM. La innovación logró lo que el DOJ no. Las fuerzas centrífugas dispersaron hardware, software y datos a computadores personales, muchos de los cuales servían de “terminales inteligentes”. Al terminar el siglo éstos se vendían a razón de 10 millones mensuales.
En próxima columna veremos cómo el “pacto faustiano” de los usuarios con las redes sociales condujo al nuevo apogeo de “la nube”. No hay nada nuevo bajo el sol.