Me encanta Trump. No me malinterpreten, no se trata de estar a favor o en contra de sus políticas. No comparto su postura sobre Israel y Gaza, ni su manejo de la crisis en Ucrania, donde ha dejado de lado a sus aliados históricos, para priorizar su relación con Rusia, el contrincante eterno de EE.UU, y repartirse el botín.
Tampoco me gusta su trato hacia los migrantes y las minorías, como si fuéramos ciudadanos de segunda categoría. Pero lo que sí valoro en él es que es fiel a su palabra y cumple lo que promete.
Nadie puede sorprenderse por lo que ha hecho en las últimas semanas; no es nada distinto de lo que anunció que haría si llegaba a la Casa Blanca.
Quizá lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a que los políticos digan una cosa y hagan otra, porque en política muchos asumen que las posiciones radicales son solo estrategias para llamar la atención del mundo del espectáculo, y que luego la lógica, el establecimiento o el poder, lo obligarán a moderar.
La democracia en estricto sentido es la regla de las mayorías, y por eso no debería centrarse en suavizar posiciones para complacer a todos, sino en la transparencia y el cumplimiento de las promesas con las cuales se ganó.
En Colombia, Petro siempre dijo que estaba en contra de los hidrocarburos, por lo tanto ¿por qué nos sorprende que esté tomando medidas en contra del gas, o el petróleo, independientemente que sean para el país las gallinas de los huevos de oro?
Como votantes, debemos aprender a tomar en serio las promesas políticas y analizar a profundidad las consecuencias de estas, en lugar de esperar que los líderes moderen su discurso al llegar al poder; lo que debemos exigirles es coherencia.
Así los escenarios no nos gusten, hay que reconocer a quienes se mantienen fieles a sus palabras. Solo así podremos elegir a los líderes correctos: si lo que dicen y hacen no es lo que el país o el mundo necesita, que sean derrotados en las urnas.
¿No han notado que todos los candidatos, sin importar el cargo al que aspiren o el partido al que pertenezcan, terminan diciendo prácticamente lo mismo? Pareciera que siguieran un guión escrito por el mismo estratega, temerosos de expresar lo que realmente piensan. Por eso terminan ganando figuras como Trump o Petro.
La credibilidad de un gobernante se construye sobre su capacidad de cumplir lo que promete, y cuando la palabra pierde valor, la política se convierte en un espectáculo vacío donde las promesas carecen de peso y como ciudadanía perdemos la capacidad de exigir resultados.
En un mundo donde el oportunismo y la ambigüedad son la norma, la coherencia entre el discurso y la acción debería ser no solo un valor, sino un requisito indispensable para gobernar. Lo que se necesita son hombres de palabra.
@miguelVergaraC