Una nueva edición de los cuentos completos de Edgar Allan Poe, a cargo de Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, se encuentra disponible para los lectores del siglo XXI. Sus cuentos memorables, traducidos ya no por Cortázar sino por Rafael Accorinti Gorillo, volverán a sacudir al lector, volverán a hacerlo experimentar el vértigo del abismo.
Cuentos escritos con la doctrina de la creación literaria como una operación de la inteligencia. Doctrina contenida en el Método de composición de “El Cuervo”. Allí, Poe afirma que no se explica por qué nunca se ha ofrecido al lector un trabajo semejante y aventura una respuesta: Quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos.
Por otra parte, en marzo es el cumpleaños del más famoso de los miembros del «Grupo de Barranquilla», la mítica pandilla que, a mediados del siglo pasado, sin lanzar una sola piedra bajo la lluvia, transformó para siempre el campo de las letras en Colombia. No deja de ser una curiosidad, acaso prevista por Melquíades, y por el vidente que previno a Julio César, que nacieran en el mes de marzo los cuatro discutidores de Macondo: Gabriel García Márquez (6), Germán Vargas Cantillo (22), Alfonso Fuenmayor (23) y Álvaro Cepeda Samudio (30).
En cuanto a la Cuaresma, lástima que tanta «pasión desenfrenada» termine en arrepentimiento cristiano. Tanto «Tamborito de carnaval» para acabar con la cabeza llena de ceniza. Esta paradoja ha sido referida muchas veces. Una de las más interesantes es la del Arcipreste de Hita. Un tal Juan Ruíz que, con evidente parcialidad, narra en la Edad Media el singular combate entre don Carnal y doña Cuaresma.
Las huestes bullangueras de don Carnal, envalentonadas por el abundante vino y con gran determinación, chocan en un claro de la colina con los muy cristianos ejércitos de doña Cuaresma. La lógica más elemental dicta que una jauría incontenible de tragaldabas, jabalíes y cerdos salvajes daría con facilidad buena cuenta de una procesión de legumbres y sardinas saladas. Pero no, el sacerdote sale con la patraña inverosímil del triunfo de doña Cuaresma.
El esforzado don Carnal es malherido en batalla por «el puerro cuelliblanco», que, pese a la pompa del nombre, no es otra cosa que un humilde «cebollín» de tienda. Así, es hecho prisionero. Por fortuna, no hay mazmorra que pueda detenerlo. Ni ley seca ni toque de queda. El año entrante se repetirá el combate, que es una vivencia, nunca un espectáculo. Sediento de placer, en plena calle don Carnal bailará con una mujer de tres nombres la música inacabable con que desafía a doña Cuaresma.