Mucho se ha dicho —y se seguirá diciendo— sobre Medusa, la serie de Netflix que aterrizó envuelta en polémica, especulación y tendencia. Que si el acento no cuadra, que si las actuaciones no convencen, que si la historia cae en lugares comunes. Pero mientras el debate sigue encendido en redes, hay algo que no podemos pasar por alto: la serie, sin proponérselo, se convirtió en la mejor vitrina que ha tenido Barranquilla recientemente como escenario para el mundo audiovisual.
Porque más allá de la trama, los personajes, el abuso de malas palabras o los giros predecibles del guión, Medusa pone a Barranquilla en el centro de la escena, y lo hace con una cámara que captura su luz, sus paisajes, su mezcla de tradición y modernidad.
Y eso, nos guste o no la serie, es un impulso valioso para el sector audiovisual regional y nacional.
Barranquilla se proyecta como un escenario atractivo, con condiciones técnicas, talento local y una belleza natural que la posicionan como un gran set para cine y televisión. Un lugar con el potencial de contar historias, no solo como locación de fondo, sino como protagonista con identidad propia.
Más allá de lo que nos parezca como obra, Medusa cumple con su propósito. No es una serie con pretensiones artísticas, no busca ser cine de autor ni retrato social profundo. Es una producción comercial, pensada para entretener, atrapar audiencia y ser universal. Y en eso, las cifras de alcance y visualización la respaldan.
A sus realizadores les salió bien el negocio. Y eso también importa. Porque para que exista industria audiovisual, tiene que haber negocio. Es la única forma de sostener los sueldos de cientos —y hasta miles— de personas que trabajan alrededor de una producción.
El reto está en lograr ese equilibrio: cautivar audiencias y, al mismo tiempo, ser responsables a la hora de contar historias. Relatos que nos ayuden a evolucionar como sociedad, con valores, ética y conciencia social. Pero que también entretengan, enganchen y se vean. Porque si no, será solo un esfuerzo aislado, una obra artística valiosa, sí, pero difícil de sostener.
Por eso, más allá de las críticas —válidas, necesarias y hasta entretenidas— vale la pena quedarnos con algo más profundo: Barranquilla ya está en el radar del mundo audiovisual. Y eso es gracias a una producción que, con todos sus peros, abrió una puerta que no podemos cerrar.
Ahora dependerá de nosotros aprovecharla. Porque si algo tengo claro, es que tenemos el talento, los equipos y una ciudad lista para contar más —y mejores— historias.
La industria ya nos miró. Ahora nos toca producir.
@eortegadelrio