No hace mucho, mientras estaba esperando el cambio de luz de un semáforo en rojo, empecé a escuchar un pito insistente por parte de un vehículo que estaba detrás del mío. Revisé el retrovisor y comprobé que se trataba de un bus, cuyo conductor aparentemente me pedía que ignorase el semáforo y avanzara. Me encontraba en una intersección sobre la nueva «Gran Vía», en la glorieta habilitada sobre el paso deprimido entre el cementerio Jardines del Recuerdo y la Universidad del Norte. No estaba dispuesto a ceder a las intenciones del agitado personaje, así que esperé los quince segundos que nos separaban de la luz verde, justo para ver cómo el bus hacía una maniobra temeraria y me pasaba raudamente. Diez metros más adelante paró a recoger pasajeros.

Al final, no fue un incidente importante —no pasó «nada»—, pero ilustra una situación que vivimos hace décadas y que no parece tener fin a la vista: la irresponsable forma de comportarse que exhibe buena parte de los conductores de buses, una actitud que se suma con fervor al histórico galimatías que suele fastidiar el tráfico local.

Lo he dicho antes y lamentablemente hay que repetirlo: a pesar de los esfuerzos, el Área Metropolitana todavía no logra un manejo sensato de los condicionantes de la movilidad urbana. No hay unidad de acción. Mototaxis, motocarros, bicitaxis, transportes ilegales, la actitud anárquica de buses y taxis, el mal comportamiento generalizado de los conductores, ciclistas y peatones; todo confluye en una mezcla de desorden y falta de autoridad. Nadie, parece, le quiere poner el cascabel a los gatos, que cada vez son más y más grandes. Grave asunto, porque ninguna ciudad será sostenible, ejemplar, ni competitiva, si sus ciudadanos se mueven con incomodidad e ineficiencia.

No se trata de ampliar vías o de imponer restricciones de circulación, eso simplemente aplaza el problema y no es sostenible, como ha sido demostrado por varios estudios. Al final, lograr un sistema de movilidad urbana que funcione es una responsabilidad compartida. Ni el gobierno, ni los transportadores, ni los ciudadanos, cada uno por su lado, podrán lograr soluciones acertadas, se requiere un aporte en conjunto, unos acuerdos que nos permitan establecer reglas claras y el compromiso de cumplirlas. Pero, sin duda, todo pasa por contar con un sistema de transporte colectivo (o masivo), que se constituya en su sostén principal. En ese sentido, estamos todavía lejos de alcanzar un escenario que nos permita avanzar con decisión hacia una movilidad verdaderamente digna.

moreno.slagter@yahoo.com