Hace tres días, el CICR advirtió que en 2024 “el deterioro de la situación humanitaria en Colombia alcanzó su punto más crítico en los últimos ocho años [y han aumentado] el reclutamiento, uso y utilización de niños, niñas y adolescentes; la violencia sexual; la presencia, uso y abandono de artefactos explosivos, entre otros [y que] la materialización de estos riesgos profundizó diversas consecuencias humanitarias, como el número de personas heridas, muertas y desaparecidas; la afectación por artefactos explosivos; el confinamiento; el desplazamiento; y los actos violentos contra la asistencia de salud”.
Un desastre en toda la regla. Primero, constata que el proceso de paz de Santos estuvo lejos de traer la paz. El “nuevo paradigma” en materia de narcotráfico no solo no contribuyó a disminuir la coca sino que constituyó un incentivo perverso para nuevos narcocultivos. La combinación de frenar la fumigación aérea, prohibir erradicar en las zonas de frontera y un programa de sustitución pésimamente concebido que invitó al cultivador legar a pasarse a la coca, trajo como consecuencia que los narcocultivos saltaran de 48.000 hectáreas en 2013 a 169.000 en 2018. Las áreas en que las Farc se desmovilizaron fueron ocupadas por otros grupos ilegales. Finalmente, la entrega a las Farc de beneficios que jamás tendremos los que nunca hemos delinquido fue también una invitación a nuevas violencias.
Segundo, confirma que la “paz total” de Petro agravó los errores de Santos y agregó unos nuevos. Acabó cualquier forma de erradicación, incluso la voluntaria, y no solo dejó de combatir los mafiosos sino que les dio el mismo tratamiento que a los subversivos. A fines de 2023, estábamos inundados: 253.000 h sembradas de coca y 2.664 toneladas del polvo mortal.
Además, echó a la basura todas las lecciones de cuarenta años de procesos de paz. Particularmente graves han sido los ceses del fuego desde el inicio de las conversaciones y que en ellos solo se exija a los violentos no enfrentar a la Fuerza Pública pero no dejar de delinquir o de cometer atrocidades contra los civiles. Confinar en los cuarteles a militares y policías permitió a los violentos expandirse a los largo y ancho del territorio y propició enfrentamientos entre ellos para asegurar el control de las economías de coca y la minería ilegal, así como sus rutas de salida.
Finalmente, la destrucción sistemática de las capacidades, el liderazgo y la moral de la Fuerza Pública ha dejado a los ciudadanos a merced de los violentos. Aunque el aumento de la violencia es más agudo en las áreas rurales, como lo constata el informe del CICR, el deterioro de la seguridad también se siente en las ciudades y se comprueba con el aumento del homicidio, el secuestro y la extorsión.
El fracaso de la “paz total” es absoluto. El eslogan de “potencia mundial de la vida”, un chiste malo y cruel. En la desafiante policrisis que deberá enfrentar el próximo gobierno, la seguridad debe ser una prioridad como ninguna.
@RafaNietoLoaiza