La semana pasada, empresas como Cerrejón y Drummond informaron ajustes en su producción. No por falta de compradores, no por colapso del mercado, mucho menos por la llegada masiva de energías limpias. La verdad es más incómoda: el carbón colombiano está perdiendo competitividad porque nunca lo hemos visto como un apalancador del desarrollo, sino como una caja menor que entrega dineros al estado y que lo vuelven plata de bolsillo.

La Colombia ideológica, la que cree que no se requiere carbón para fabricar paneles solares, carbón para fabricar acero y concreto como soporte de los parques solares y torres eólicas, celebra cada reducción en la producción de carbón como si fuera una señal de transición energética, aunque el mundo, con toda su agenda climática a cuestas, sigue batiendo récords de consumo, impulsado por la demanda de Asia, la reindustrialización de economías emergentes, y la necesidad de respaldo térmico ante una transición energética aún incompleta. El carbón no está muriendo, lo que está en crisis es el carbón colombiano por falta de competitividad y que llevará a la crisis en su mismo vuelo a las regiones productoras.

El carbón que aún tiene Colombia exige más inversión, más remoción de material, y hoy tiene más conflictos con comunidades (muchas que defienden justificadamente sus territorios y otras de las que falsos líderes se aprovechan) y más riesgo e inestabilidad jurídica como nunca antes. Por otra parte, los compradores internacionales, cada vez más exigentes con estándares ambientales y sociales, prefieren firmar contratos con países donde la explotación no está rodeada de fallos judiciales ni bloqueos comunitarios constantes.

A eso se suma que el modelo de país exportador de carbón ya no aguanta. Exportar sin agregar valor, sin articular a cadenas productivas nacionales, y sin dejar desarrollo real en las regiones no tiene mucho sentido, pero esto requiere un gobierno que sea consciente de lo que esta industria significa para el país y su economía, así como lo que significa para la misma transición energética. Mientras tanto, otros países, incluso aquellos que aún queman carbón, lo usan para sostener su industria, su soberanía energética o su transición planificada. Aquí no, aquí el carbón solo parece ser un problema para el gobierno de turno, por lo tanto, se convirtió en algo que deben eliminar a como dé lugar para poder “salvar a la humanidad de la extinción”.

La Guajira y el Cesar no necesitan menos carbón: necesitan otro país. Uno en que se piense el uso de sus recursos desde el desarrollo humano, la soberanía económica y la sostenibilidad territorial. Mientras no lo hagamos, otros seguirán quemando carbón, solo que no será el nuestro.

*Director Observatorio Transición Energética del Caribe – OTEC – Universidad Areandina