He decidido no ver más ningún partido de la selección de fútbol, ni de ningún equipo colombiano que participe en campeonatos internacionales, porque quedo deprimido en mi alma de deportista al verlos caer en las mismas condiciones en todos los partidos sin importar si van ganado 10 a 0, porque ya sabemos el final: en el último minuto nos empatan o nos ganan. Eso es muy deprimente y viene ocurriendo desde tiempo inmemorial.

No es mala suerte, ni mala preparación física, ni culpa del técnico, son los jugadores y esa mentalidad que se les nota de no saber cómo ganar un partido; es tan evidente que los rivales lo saben y les basta con apretarnos un poco para derrotarnos. Los únicos que no sabemos cómo acabar con ese sino derrotista son nuestros futbolistas.

Me enseñaron, como deportista de alta competencia, que cuando te dan la camiseta de un equipo es para vencer o morir en el intento haciendo tu mejor esfuerzo sin importar el rival; si no es así, devuelve la camiseta.

Un ejemplo personal. En 1969 hacía parte de los aspirantes a la Selección Antioquia de basquetbol de Edison Cristopher, fuimos a jugar a Cali contra Valle, que era media selección Colombia, en ella jugaba el barranquillero Harold Martínez. Nos ganaron un primer partido en Cali y el segundo fue en Buenaventura. Ese día, cuando Edison escogía los titulares, porque él no jugaría para observar cómo jugábamos sin él, nos sorprendió cuando dijo “A Harold Martínez lo marca Haroldo Martínez”. Estamos hablando de más de 2 metros de estatura de él contra 1.78 míos. Antes de saltar a la cancha me llamó aparte y me dijo “Tú eres mejor que él y saltas más que él. No permitas que haga muchos puntos, son más de 20 por partido”. Ese día sólo hizo 14 y al día siguiente mi nombre salió en el periódico El Colombiano, de Medellín, escogido para la Selección Antioquia. Quedamos en segundo lugar en Bogotá en el campeonato nacional.

Desde entonces, sólo puedo medir a los deportistas desde esa estatura mental deportiva, porque ese tipo de fracasos me resultan inaceptables. Por eso el dolor visceral cuando uno de nuestros equipos pierde de esa forma en que se les nota la impotencia para superar un complejo de perdedores que se ha ido incrustando en nuestros genes que sólo podrá superarse cuando se haga un trabajo serio en sus cerebros para arrancarles ese virus de perdedores.

Eso implica contratar a psicólogos deportólogos para que empiecen desde las divisiones inferiores hasta los profesionales y les enseñen a ser ganadores antes de pintarse el montón de tatuajes que los hacen ver más como roqueros metaleros que como futbolistas.

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