El país tiene claro que, por la evidente similitud, Judas debe ser el patrono de Juan Manuel Santos. Es que, al igual que los Santos, los Iscariot conformaban una familia influyente. Tanto Simón como Cyborea, sus padres, eran distinguidos miembros del Reino de Judá; adinerados, les gustaba el poder, entonces disminuído, pues los mayores estaban perdiendo vigencia. Dueños de una pequeña flota de lanchas pesqueras, Judas, el hijo más avispado, hacía periódicas reuniones con los navegantes, pues sabía que Jesús escogía a sus seguidores entre los pescadores, gente de alma limpia y sencilla. Jesús cautivó a muchos con su inigualable verbo y sus iluminadas dotes de convicción, y con ellos se acompañó en su gira para extender la Palabra de Dios. Judas, utilitarista él, vislumbró una gran oportunidad y, exhibiendo la sencillez y humildad que nunca poseyó, se unió al grupo, colaborando en todo, al punto que llegó a ser uno de los más cercanos entre los doce seleccionados como la rosca principal.
Santos, emulando a Judas, se metió en la rosca y, como quería ganar, hizo envainar judicialmente a sus competidores, y así fue, finalmente, el escogido como sucesor del presidente. Después ocurrió lo que todo el mundo conoce, que no fue en Getsemaní sino en el Palacio de Nariño. Santos, sin beso pero con alabanzas, fue ungido, prometió continuar la labor de Uribe, traicionó la promesa, y las consecuencias de su famosa traición afectaron a todo un país, hasta el sol de hoy. Muchos sostienen que su traición fue impulsada por una influencia demoníaca del Satanás que ya se le había manifestado, que le ofrecía el poder por muchos años, continuidad que le aseguraba y que, en caso de algún tropiezo, se la garantizaba en su propia demoníaca persona. Así, Santos se burló del resultado popular del plebiscito, compró a todo el mundo, oficialmente le aprobaron sus tramoyas, montó al congreso un grupo de seguidores de Satanás, y finalmente logró que se eligiera a su demoníaco cómplice como jefe máximo. Así se pactó, y así se hizo.
Pero hoy es Jueves Santo, día especial para perdonar y olvidar. Y para conmemorar el Santo Sacramento de la Eucaristía, y el Orden Sacerdotal. También para celebrar el triunfo de Noboa, y para lamentar la partida de Mario Vargas Llosa, la mejor y más prolífica pluma de América. Y claro, para hacer un paréntesis en las vacaciones, y meditar y orar por Trump, para que nos apoye contra Satanás. Y para rezar mucho por la suerte de este país que tanto necesita la oración.