En notas anteriores sobre el sector energético me he referido a la electricidad, al petróleo y el gas para señalar cómo la ideología y el populismo del señor Petro están destruyendo uno de los pocos sectores que, por décadas, han aportado al desarrollo económico y social del país y de cuyo desempeño depende que podamos generar los recursos necesarios para atender precisamente las políticas y los compromisos en materia de educación, salud, vivienda y por supuesto seguridad y orden público, entre muchos otros.
El anterior recorrido quedaría incompleto si no me refiero a la minería y especialmente al carbón, aunque es pertinente señalar que la problemática que afecta a esta industria es similar a la de cualquier otra explotación de minerales.
Anda por el mundo el señor Petro equiparando la producción y el uso del petróleo, el gas y el carbón con la extinción de la especie humana sobre la Tierra. Poco le importa que la contribución de Colombia al calentamiento global sea inferior al 0,3 %, que una transición energética justa y ordenada debe hacerse a la medida de cada país y privilegiar el uso de los recursos locales con que se cuenta. Y que no se puede de la noche a la mañana declarar la guerra a unos sectores de los que dependen economías regionales, miles de empleos formales y en últimas el bienestar de toda la población.
El mundo entero, aun los países más comprometidos en la lucha contra el cambio climático, ha adoptado rutas y tiempos compatibles con su desarrollo y particularidades. Por eso se observa cómo la demanda global de combustibles fósiles y particularmente del carbón sigue creciendo. Se prevé que para 2027 el consumo de carbón alcance los 9.000 millones de toneladas. Y nosotros aquí, viendo cómo prohibimos totalmente la explotación de un recurso del que disponemos en abundancia.
Y en realidad es un milagro que Colombia pueda seguir compitiendo en el mercado internacional del carbón. Los márgenes de utilidad en las exportaciones se han venido reduciendo por el incremento de los costos laborales, por la altísima carga fiscal y por el costo del transporte a los principales mercados de importación en el Asia.
En Colombia se pagan tarifas de renta y regalías más altas que las de la competencia con países como India, China y Rusia y casi el doble que las de Polonia, y además se paga la sobretasa del 10 % y compensaciones por precios altos. Ya no existe ningún espacio fiscal para seguir incrementando tarifas y gravámenes. Pero lo previsible es que el Gobierno seguirá con su política de asfixiar este sector. Para nada consideran que el 53 % de nuestras ventas sean a mercados asiáticos que se negocian a menor precio y cuyos fletes son más altos.
Adicionalmente, la industria carbonífera sufre permanentes ataques regulatorios, que buscan prohibir la actividad con efectos reales y muy graves sobre la confianza inversionista en una industria donde se requieren inversiones millonarias en una perspectiva de muy largo plazo. Lo primero que se propuso Petro fue prohibir la explotación de carbón térmico, luego promovió la sobretasa y la no deducibilidad de las regalías.
En su proyecto busca prohibir la explotación a gran escala y sustraer áreas mineras a través de resoluciones con reservas temporales ambientales. Ya no saben qué más inventar para dar gusto al señor Petro en esta cruzada personal.
Es bueno recordar que en estos 4 años el sector minero aportó 49 billones de pesos en renta y regalías sin contar con los millonarios aportes por compensaciones ambientales y sociales. Generó 61.000 empleos directos en 2024, empleo de calidad y bien remunerado que, por lo visto, en nada desvela al señor Petro en sus desvaríos galácticos.
Los ajustes ya anunciados por el Cerrejón y la Drummond nos van a regresar a los niveles de producción de hace 20 años, es decir, 50 millones de toneladas de las 92 que llegamos a producir en años recientes y a las que se sumó el cierre de Prodeco, que ya mostró sus devastadores efectos sobre los municipios y población afectada. Casi un 50 % menos, que debe tener eufórico a Petro y le confirma que su política ha sido exitosa: decrecer y decrecer, como diría la ministra Irene Vélez. No importa el costo social ni económico, y mucho menos las economías regionales.