Esta columna se sale un poco de la polarización política, el fallecimiento del Papa, las desapariciones de mujeres, el dolor de las violencias, Trump y sus ocurrencias antiderechos y toda esa actualidad caótica que nos invade y que a veces nos hace sentir ganas de cambiar de planeta, esta columna se trata de temas del ser, se vale también hablar de nosotras mismas. Acá les va.
Reflexionaba en estos días sobre la importancia de analizar algunas situaciones en primera persona, no con el objetivo de juzgarnos y autosabotearnos, sino de hacernos conscientes de las posibilidades que tenemos de desaprender y aprender para crecer como humanidad sentipensante.
Generalmente cuando hablamos del chisme, la envidia, el ego y la deslealtad, nos referimos a otros, como si nosotras mismas nunca hubiéramos transitado por esos caminos, como si no falláramos, en realidad muchas veces somos las insensibles, las poca sororas, las chismosas, las envidiosas, sin embargo, casi siempre decimos “Los que son envidiosos” “las mujeres que son antisororas” como aquellos que están lejanos a nosotras.
Esta columna es una reflexión sobre la importancia de pausar un poco el botón de - la juzgadera- de condenar a todo mundo desde nuestra vara de medición bastante arrogante y exigente de perfección, cuando sabemos que nosotras somos mucho de eso que criticamos y atacamos.
¿Quién puede decir que nunca ha sentido envidia? ¿Quién puede decir que jamás la ha cagado? Es momento de hablar en primera persona, de hacer consciente que podemos transitar por los senderos más – cacas – de nuestras emociones y acciones, que no siempre somos las entusadas, ni las víctimas, que muchas veces somos el mal recuerdo de alguien y con ello no estoy invitando a que nos demos duro, sino a que busquemos ser más respetuosas y empáticas con las realidades de las otras personas.
Jugamos a ser perfectas o perfectos, nos quejamos de que todo mundo nos es desleal, nos falla, nos envidia, pero a veces nosotras somos esas personas, esas piedras en el camino de alguien; que bonito activar más la sensibilidad que el ego vertical de convertir a los demás en víctimas de nuestras exigencias.
Les hago y me hago una invitación a que comencemos a ver muchas cosas en primera persona, no es tan cierto que el mundo entero nos envidie y nos ataque, y no busco romantizar o justificar las embarradas de las personas, solo que estoy en un proceso en el que considero importante hacernos conscientes de lo que nos ayuda a mejorar y a lograr nuestras mejores versiones, dejando de asumir una actitud de las eternas victimas (inocentes) que nunca fallan.
Esta columna surge de muchos diálogos con amigos y amigas, en los cuales, casi siempre (por no decir siempre) se habla del daño que le hacen las demás personas, de ser los más envidiados del mundo, los pobrecitos que deben asumir todas las cosas porque su entorno es irresponsable y no se comprometen como ellos; al final creo que mucho de eso se sostiene en imaginarios sociales bastante – cómodos – en los que todos andan mal, pero nosotros muy bien.
Hablar en primera persona, identificar situaciones, fallas, oportunidades de mejora en nosotras, es importante. Es momento de modificar esa costumbre martirizada de ser las víctimas de toda la maldad humana, mientras nosotras somos las blancas nieves engañadas por el lobo, que bueno sería preguntarnos sobre la intención y subjetividad de las versiones de cada historia y las veces que somos ese lobo con toda la astucia para manipular las situaciones a nuestro antojo.
Comencemos a analizar las situaciones en primera persona…
@facostac