A estas alturas probablemente ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir sobre Mario Vargas Llosa, fallecido el 13 de abril en Lima a sus 89 años. De hecho, su muerte ya parece lejana, superada por el torrente de actualidad que no nos deja entender lo que sucede y que llega a impedirnos incluso el duelo y la administración de la tristeza. No hay tiempo, nunca hay tiempo; hoy ya nos ocupa otra cosa, otras muertes, otros desatinos. Por eso, en este espacio, en el que he consignado palabras para García Márquez, Javier Marías y Antonio Escohotado, no podía evitar dedicarle algunas líneas, tardías y acaso torpes, al premio Nobel peruano.
Aunque he apreciado mucho más al Vargas Llosa ensayista que al novelista, el azar dispuso que Tiempos recios fuese la última novela que leí antes del aislamiento pandémico. La terminé justo en febrero de ese duro 2020, y su recuerdo me acompañó durante las primeras etapas de la cuarentena. Quizá fue por su título premonitorio, o por su trama, que es fácil asociar con La fiesta del Chivo y con diversas desgracias latinoamericanas: lo cierto es que esa lectura me despertó un renovado interés en el autor. Así, me puse al día con los volúmenes que tenía pendientes, y seguí con La civilización del espectáculo y La llamada de la tribu, que me alegraron bastante el encierro.
Siempre encontré admirable que Vargas Llosa haya tenido el valor de expresar, fervientemente y con claridad, su transformación política, desde el entusiasmo juvenil por el marxismo hasta su conversión al liberalismo clásico, en una época en la que prácticamente todos los escritores latinoamericanos admiraban la revolución cubana y defendían las promesas del comunismo. Pocos se salieron de ese redil.
En La llamada de la tribu, Vargas Llosa describe esa evolución intelectual a través de siete breves ensayos dedicados a pensadores afines a sus ideas, en los que defiende la libertad individual, la democracia liberal, el escepticismo, y hace una crítica feroz al colectivismo, el nacionalismo y las revoluciones que con frecuencia derivan en autoritarismos. Es una refutación elegante y sistemática de las ideas que, según él, han sembrado el atraso y la violencia en América Latina. Un libro imperdible, que invita a profundizar la exploración de los autores que influyeron en su pensamiento.
Personalmente, lamento su partida porque con ella el coro sigue perdiendo diversidad. Quedan pocos autores que sustenten las posiciones liberales con prestancia, evitando arrimarse a esos extremos tan fáciles y seductores. Esto va quedando muy solo, monótono y aburrido. Paz en su tumba.