Impresionantes las imágenes del féretro de Francisco publicadas en la prensa mundial. Parece dormir con el rosario en las manos ante el altar de La Confesión de Bernini. No hay que confundirse. Es la confesión de fe de San Pedro, en la colina vaticana donde hoy se halla su tumba, y la de los mártires cristianos que les decían en voz alta a sus verdugos: “Los que vamos a morir, os saludan”. Cantaban en el mismo espacio donde el emperador Cómodo alucinaba al pueblo con el pan y el circo. El espectáculo se replica infinitamente. Donde hay un tirano, hay un circo. La estrategia no falla en política.
El féretro abierto de Francisco atravesó la plaza de San Pedro. Una procesión conmovedora. Multitudes extendían sus manos intentando tocar aunque fuera el madero bendito del pontífice fallecido. Los portadores entraron a la basílica por la puerta santa. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Francisco se consagró a predicar el mensaje central del cristianismo. Filas interminables de fieles se acercaban hasta la madrugada a hacer una venia ante el cuerpo del papa difunto. Y a invocar el “descansa en paz, Francisco”. O al revés: tú que descansas en paz, ora por nosotros que estamos en guerra. El pensador Immanuel Kant pedía a los lectores de su libro La paz perpetua que no lo leyeran como una invitación a la paz de los cementerios. Quería que se entendiera el título como un llamado a la paz viviente de los pueblos. Un deseo eternamente válido en los confines de la utopía. Francisco instó sin descanso a detener las guerras de este mundo. A implorar la paz. Él no tenía sino el poder de la palabra, Fratelli tutti. Los poderosos sí pueden imponerla, si quisieran. El poderoso Trump le escribió un mensaje a otro poderoso hace poco: “Vladimir, para”. La escritora ucraniana Victoria Amelina expresó algo parecido en una de sus novelas. Le cayó una bomba en un restaurante de Kiev. Se silenció a una voz sin poder.
La paz de Francisco I, que no temió predicarla de cara a los beligerantes jefes de las naciones, será llevada en las plegarias de los seguidores de su legado. Ojalá esa energía espiritual sea una barrera contra las violencias de este mundo. Francisco tomó el nombre del santo de Asís para llamarse como él cuando fue elegido papa. Para indicar que ese es el camino, la verdad, y la vida. Habrá escépticos. Pero muchos, muchísimos, seguirán esperando que Francisco, ya en paz, sea un símbolo para los que quedamos sufriendo la violencia verbal y física a la que estamos sometidos. Ora por nuestra esperanza, Francisco, para que descansemos en la paz de acá.