Todos soñamos con cambiar el mundo. A veces creemos que eso solo se logra con grandes resultados. Pero hay quienes lo transforman desde algo más profundo: el ejemplo. El Papa Francisco entendió que no basta con hacer diagnósticos, señalar lo que está mal y luego salir a resolver; más importante es vivir lo que se predica, e inspirar con el ejemplo. En un mundo que corre desenfrenado, donde las palabras se las lleva el viento, él eligió caminar despacio, con los demás y por los demás.

En medio del ruido y la división, se convirtió en un faro que nos recordó que hay otro camino: uno más humano, centrado en vivir con humildad y cuidar al otro. Por eso tantas figuras, más allá del catolicismo, le rinden tributo tras su partida. Reconocieron algo escaso: un liderazgo basado en la coherencia, no en el protagonismo. El papa nos recordó que del ejemplo nacen semillas; se inspira, se contagia, se transforma. Y es así, con gestos sencillos y firmes, como se logran los cambios duraderos.

Desde el primer día mostró humildad. Antes de su primer acto como papa en marzo de 2013, pidió que rezaran por él. ¿Cuántos líderes actuales muestran vulnerabilidad? Rechazó el salario papal, vivió en una residencia modesta y usó ropa sencilla. ¿Qué tal si dejáramos de idolatrar al líder que ostenta cosas materiales y siguiéramos al que derrocha humildad?

Vivió la fraternidad con hechos. Abogó por los migrantes y las minorías, como cuando lavó y besó los pies de presos, mujeres, y musulmanes en 2013, rompiendo protocolos antes que traicionar su mensaje. Qué distinto sería si más líderes se enfocaran en lo que une, no en lo que nos divide y miraran a los marginados como hermanos.

Nos mostró el valor del perdón. Pidió perdón por los errores de la Iglesia, reconoció y escuchó a las víctimas. Pero también ofreció perdón, como en 2015 en una cárcel centroafricana donde dijo que, aunque hubieran cometido errores graves, no dejaban de ser hijos de Dios. En una época donde todos los líderes quieren tener la razón, él eligió sanar.

Nos enseñó que tener fe es confiar en que las tormentas pasan y somos más fuertes que ellas, como cuando en Irak en el 2021 y señaló “La violencia nunca tiene la última palabra. La esperanza es más fuerte que el odio.” Qué distinto sería si el liderazgo actual se alimentara de esperanza y no de miedo.

Cambiar el mundo no es tarea de uno solo, pero alguien tiene que empezar. Él lo hizo con gestos, con valores, con una forma distinta, y, en muchos casos, impopular de liderar. Hoy, más que nunca, esos valores hacen falta en nuestras casas, en las calles y en quienes lideran. El mundo, gracias a él, ya es un poco mejor. Y como su enseñanza, su liderazgo fue tan profundo y vivido a través del ejemplo, Francisco no muere. Sus ideas y las de la iglesia católica, siguen vivas en quienes aprendieron de él, y están dispuestos a seguir mejorando como seres humanos, más allá de los errores que seguiremos cometiendo.

@miguelvergarac