La noticia del fallecimiento del papa Francisco ha sacudido al mundo. Su partida no es solo una pérdida para el mundo católico, sino para toda la humanidad que aún cree en la posibilidad de un liderazgo compasivo, empático y profundamente humano.

En su último mensaje —pronunciado tan solo horas antes de su muerte— el papa Francisco dejó una semilla que merece ser regada con conciencia:

“¡Cuánto desprecio se manifiesta a veces hacia los más débiles, los marginados, los migrantes! En este día, quisiera que volviéramos a tener esperanza y confianza en los demás, incluso en quienes no nos son cercanos o vienen de tierras lejanas, con costumbres, modos de vida, ideas y hábitos distintos a los nuestros. Porque todos somos hijos de Dios”.

No fue una frase casual. Fue, quizás, su testamento más claro. Un llamado urgente y poderoso a la compasión, la apertura y el respeto mutuo. El mensaje de Francisco suena como una oración a la unidad. Un recordatorio de que la verdadera espiritualidad no se practica solo con rituales, sino con actos concretos de humanidad hacia quien sufre, hacia quien es rechazado, hacia quien es diferente.

Hoy, mientras muchos lloran su partida, también es momento de reflexionar. ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas? ¿Desde qué lugar estamos mirando al otro? ¿Qué tipo de legado estamos dejando? La muerte, siempre silenciosa, viene a hacernos las preguntas que solemos evadir. Y la de un líder como Francisco nos interpela aún más profundamente, porque él vivió lo que predicó: cercanía con el pueblo, valentía para denunciar las injusticias y una apertura sin precedentes al diálogo interreligioso y multicultural.

Tal vez la mejor manera de honrarlo no sea con monumentos ni discursos, sino con decisiones. Con pequeños actos cotidianos que abracen al otro en lugar de rechazarlo. Porque si algo nos dejó claro Francisco, es que la espiritualidad verdadera es inclusiva, compasiva y activa.

Que su voz no se apague con su partida. Que sus palabras sigan resonando en nuestras conciencias cada vez que tengamos la tentación de mirar con recelo a quien no se parece a nosotros. Su partida nos deja, quizá, la más hermosa de las enseñanzas: la fe sin amor no transforma, y el amor sin acción es solo un suspiro perdido en el viento.

Un hombre de fe, un líder de servicio, ha trascendido. No buscó protagonismo, sino significado. Su vida fue un susurro firme que transformó realidades.

El papa Francisco vivió su vida con un compromiso profundo. Vivió sirviendo… porque entendió que solo sirve quien vive para servir.

¡Dios es amor; hágase el milagro!

@Cala