La Iglesia Católica entra en un punto de inflexión con la elección del nuevo Papa. Con más de 1.370 millones de fieles, sigue siendo la institución espiritual más grande del mundo, pero enfrenta retos: la acelerada secularización de Occidente, los escándalos de abuso sexual, las divisiones internas doctrinales y jóvenes cada vez más desconectados de tradiciones. El Papa Francisco promovió la agenda más reformista de los últimos treinta años, aunque su estilo unilateral, deja vulnerable ese impulso ante el rumbo que tome el próximo pontífice. Esta elección no será solo un ritual litúrgico: definirá el futuro del catolicismo en el siglo XXI.

El reto más complejo de la historia reciente de la iglesia es la gestión de la crisis de abuso sexual. Aunque el Papa Francisco avanzó en medidas de transparencia y disciplina canónica, el daño reputacional es profundo. El próximo Papa deberá ir más allá del castigo, promover una cultura eclesial centrada en la transparencia. Esto implica crear mecanismos externos e independientes de vigilancia, fomentar una teología del poder menos clerical y más servicial, y entender que pedir perdón ya no basta: hay que reparar a las víctimas. La herida tiene que sanar.

La juventud no ha dejado de creer, pero sí ha dejado de asistir. En América Latina, por ejemplo, la proporción de católicos cayó del 69% al 59% en apenas una década, según datos del Pew Research Center. Este alejamiento no es solo espiritual, sino cultural: el lenguaje de la Iglesia parece muchas veces anclado en el siglo pasado. El próximo Papa deberá impulsar una renovación litúrgica, usar lenguajes digitales y crear nuevos espacios de participación juvenil. Si los jóvenes no se ven reflejados en la Iglesia, buscarán otras comunidades. Francisco empezó a posicionar la iglesia como una defensora del medio ambiente, esfuerzos como ese no se pueden abandonar.

Francisco abrió la puerta hacia la “sinodalidad”: una visión más horizontal del poder en la Iglesia, pero todavía en construcción. El próximo Papa deberá institucionalizar esta apertura, descentralizando decisiones clave, fortaleciendo el rol de las conferencias episcopales y promoviendo una Iglesia menos eurocéntrica. Hoy, el catolicismo crece más en África y Asia que en Europa, pero su centro simbólico y administrativo sigue estando en Roma. Es hora de que la Iglesia universal se piense realmente global.

Muchos esperarán señales doctrinales del nuevo pontífice: ¿respaldará el celibato opcional?, ¿abrirá espacios para mujeres en el diaconado?, ¿bendecirá parejas del mismo sexo? Pero, más allá de estas tensiones, su mayor desafío será ejercer una virtud política: discernir lo esencial de lo accesorio, lo permanente de lo contingente. No se trata de modernizar la fe, sino de traducirla a un mundo nuevo sin traicionar su esencia.

La Iglesia ha sobrevivido imperios, guerras y revoluciones. Su fortaleza no radica en el número de fieles, sino en su capacidad de adaptarse sin perder el alma. Al próximo Papa no solo se le pedirá sabiduría teológica, sino también valentía reformista. Porque hoy, más que un nuevo dogma, lo que necesita el mundo es una Iglesia creíble, humana y comprometida con el bien común. Francisco designó al 80% de los electores del próximo cónclave, ojalá sigan su legado.

@SimonGaviria