La depresión económica que se viene para Colombia y el mundo por cuenta de la pandemia del Coronavirus es inédita: jamás la humanidad había padecido algo similar; ni siquiera en la gran crisis del 29 (en esa época la gente por lo menos podía salir a la calle). El enemigo que nos acecha es tan poderoso y misterioso que nadie sabe a ciencia cierta qué es o cómo opera en realidad (al punto que todavía no hay vacuna). El Covid-19 tiene, además, detenido al planeta, y a nosotros confinados y aislados del resto de nuestros congéneres.

Si el problema es descomunal, la solución debe ser extraordinaria (sentido común de quinto de primaria). Por tanto, hay que olvidarse de la Regla Fiscal y de la Política Monetaria, para hallar en la heterodoxia económica, el paliativo adecuado que ayude a sobrellevar el estropicio que se avecina. Semejante “virus económico” no se combate con “recetas tradicionales”: se requieren “tratamientos” extremos para salvar las finanzas de la nación y del pueblo colombiano. No es con “chascarrillos” (la reforma tributaria propuesta por el ministro de hacienda), como saldremos al otro lado del túnel. No, señor, la coyuntura demanda inventiva, pragmatismo, innovación y solidaridad, para no desguarnecer más a la ya desvencijada y maltrecha economía nacional.

Para que la gente no pase hambre y la economía no se destruya del todo, el Estado y los bancos deben hacer un esfuerzo descomunal. Por una parte, es menester que el Gobierno empiece a pagar (directamente, sin la banca de por medio) las nóminas de las empresas que han dejado de operar, poniendo un techo a los salarios y censando, tanto a los trabajadores formales como a los informales y a los independientes. Si se congelan créditos (sin más intereses por supuesto), impuestos, servicios públicos, colegios, universidades y demás “arandelas”, la población no requerirá salarios completos: con un 65% del sueldo la gente puede solventar lo más importante y fundamental: la alimentación y un poco de estabilidad emocional. Ojo: el hambre trae caos y violencia.

Sin ingresos, el consumidor de la tienda de barrio no le puede pagar al tendero; este, a su vez, deja de responderle al proveedor, que, a su turno, no le resuelve al productor. Así, a la postre, todos los anteriores tendrán que despedir a sus empleados y, en consecuencia, al descarrilarse el vagón principal del tren (el índice de empleo) absolutamente todo se sale de control. Este ejemplo aplica en los diversos estratos y niveles, guardadas proporciones. Al no garantizar los sueldos, la rueda de la economía se paraliza, porque nadie paga ni compra nada. Elemental, mi querido Watson.

¿Cómo se logra lo que acabo de proponer? Endeudando al Estado con créditos de la banca multilateral y del Banco de la República, y, por supuesto, “apretando” como corresponde a los bancos, para actúen de manera consecuente; en ello el Gobierno no puede vacilar: o la banca hace lo correcto, o que se atenga a las consecuencias. No es hora de “gitanerías” y mercachifles; son tiempos de ayuda y compromiso social.

Para grandes crisis, grandes soluciones. Así, se salvan las empresas, se asegura el sustento de la clase trabajadora, se mantiene a flote la economía, y, en general nos beneficiamos todos: es un “gana-gana”.

¡Hay que coger el toro por los cachos!

La ñapa I: El bárbaro de Iván Cepeda, pidiendo recortes al presupuesto de seguridad de la Nación, mientras sus camaradas de las Farc se ganan bastantes millones inmerecidos en el Congreso, al tiempo que el bodrio inconstitucional de la JEP sigue operando a sus anchas. ¡Cínico!

La ñapa II: La cuarentena es un momento fantástico para retomar la fumigación de las cerca de 250.000 hectáreas de coca que hay sembradas en Colombia. Esa empresa criminal es el combustible de todas las formas de violencia, y más ahora, cuando la economía formal está hecha añicos.

@DELAESPRIELLAE

abdelaespriella@lawyersenterprise.com