Hay que dejar de culpar a la izquierda por la forma en que procede: pedirle un comportamiento distinto al que observa esa ralea es bastante estúpido, porque equivale a pretender que una serpiente venenosa deje de morder, o a buscar que un cerdo desprecie el fango del chiquero en el que se revuelca. La izquierda, a lo largo de la historia ha implementado la misma estrategia retorcida y macabra. Con algunas variaciones que dependen del contexto propio de cada país, el libreto se repite una y otra vez.
El caos, la anarquía, la desinstitucionalización, la calumnia, la pauperización de la economía, la polarización y la división de clases son algunos de los elementos de la receta antidemocrática de la izquierda, porque es precisamente a través de ese cóctel infame como logran encaramarse en el poder para cebarse en él y no soltarlo nunca. La izquierda es a la democracia lo que una meretriz a la fidelidad.
La naturaleza de la izquierda es perversa y nefasta: no hay un solo lugar del mundo que haya salido bien librado cuando ese “virus” lo ha azotado. A su paso, la “plaga” en comento, cual huracán categoría 5, devasta y arruina todo aquello que toca. Los ejemplos sobran: el más cercano, Venezuela. En el vecino país la gente está comiendo estiércol, y, en Colombia, increíblemente, hay muchos antojados de un bocado.
Vender la idea de que todo está contaminado y las instituciones no merecen respeto alguno es la excusa para proponer soluciones demagógicas y populistas que nunca se ejecutarán, pues la izquierda es muy buena para hablar, mentir y vociferar, pero es muy mala cuando se trata de implementar. No es exagerado decir que Colombia es hoy, la Venezuela del año 98: la historia se repite, con un agravante, el chavismo es un juego de niños comparado con lo que en la práctica podrían ser el petrismo y compañía. Las horas oscuras que hoy vivimos son el preludio de algo apocalíptico.
Pero ya basta de buscar el muerto río arriba. La izquierda está haciendo exactamente lo que le corresponde: destruir; esa es su esencia, y si se quiere, su función; para que exista el bien debe existir el mal. No hay que llamarse a engaños: en el ADN de la izquierda solo hay maldad disfrazada de una falsa preocupación por un pueblo al que buscan utilizar y manipular a conveniencia. Ellos están en lo suyo; son otros los que no hacen lo que es menester.
Si queremos evitar que el país caiga en las garras de la más vetusta, retrógrada, manida y vil de las ideologías, estos son algunos de los ingredientes de la fórmula para lograrlo:
1. Hay que reactivar las fumigaciones aéreas, como sea (por la razón o por la fuerza). El peor problema de todos es el narcoterrorismo que está más empoderado que nunca, pues jamás había tenido tantos recursos disponibles: 220.000 hectáreas de coca producen todo el dinero del mundo. Se trata de un problema de seguridad nacional y hemisférico. La droga es la fuente de financiación de todas las formas de violencia y también de ciertas causas políticas. En ese negocio, los izquierdistas tienen grandes intereses. Por eso se oponen a la aspersión. Hay que cortarles el chorro que financia el caos, “las protestas pacíficas” y sus campañas electorales.
2. Resulta necesario enfrentar decididamente a los directorios políticos en los que se han convertido las altas cortes. Con las últimas decisiones “judiciales”, parece que no se requiere que la izquierda gane las elecciones porque ya están gobernando a través de providencias. La tiranía de los jueces es la peor de todas. Una reforma profunda y estructural del sistema se hace indispensable.
3. Combatir la corrupción con total determinación, incluso proponiendo reformas extremas para castigar con la mayor severidad a los que hacen del erario un botín personal. Singapur pasó de ser un moridero a una potencia económica, cuando se acabó el robispicio. Si ese camino se empieza a transitar, la izquierda se queda sin parte fundamental de su discurso.
4. La Fuerza Pública debe ser respaldada y “blindada” jurídicamente. La izquierda busca desmantelarla a como dé lugar, precisamente porque son las armas de nuestros soldados y policías las que garantizan la estabilidad de la República, esa que tanto le molesta a la mamertería.
Hay muchas cosas por hacer, pero las ideas anteriores serían un buen punto de partida para salvar la Patria de la amenaza más grande que la acecha.
La ñapa I: Obligar a un funcionario, a través de un fallo de tutela, a pedir perdón por un asunto que no ha sido decantado por la justicia penal en un fallo judicial, es un despropósito que desconoce el Debido Proceso y la presunción de inocencia.
La ñapa II: La tal paz del tartufo constituyó la capitulación del Estado de Derecho ante el narcotráfico y los cárteles de la droga. ¡Qué bueno que el presidente Trump se lo haya dicho de frente al hombre que más daño le ha hecho a Colombia: Juan Manuel Santos!