A Yulisa, se la encontraron los voluntarios de Cosecha Solidaria en Córdoba, (mientras le compraban cultivos a campesinos de la región), en un pequeño y olvidado corregimiento del municipio de Chinú en ese departamento: Ceibas de Leche. La niña no quería nada regalado; buscaba intercambiar limones por un computador que le permitiera a ella, a sus hermanos y primos estudiar virtualmente; la pandemia los había alejado de la escuela y sacado de circulación. Si algo transforma al ser humano es la educación, y Yulisa lo tiene claro; no en vano fue tan insistente, al punto que de inmediato fui contactado por mi gente ante la contundente solicitud de la protagonista de esta historia.
Al advertir tanta ardentía y determinación, no tuve otra opción que acceder a la petición de Yulisa: si algo me conmueve son las ganas, la pasión y las necesidades de los menos favorecidos. Que nos hayamos topado con Yulisa en medio de la nada, a donde el Estado no llega y la gente engrosa las estadísticas de la terrible pobreza extrema que azota a nuestra tierra, no es coincidencia. La vida está escrita por un maestro del misterio y la providencia no deja nada al azar. Ella y yo teníamos que vernos a los ojos para conectarnos con nuestras propias almas. Siempre he pensado que el más beneficiado de aquel mágico encuentro he sido yo: Yulisa, al igual que mis hijos, esposa y amigos, saca lo mejor de mí y eso me llena de dicha y esperanza.
El día que los dos computadores (uno solo no alcanzaba para todo el combo) fueron llevados a la pequeña choza en la que habitaba Yulisa y su familia, nos conectamos a través de una videollamada, desde el celular del profesor y amigo, William Caldera, quien ha sido determinante en el desarrollo del fantástico programa de Cosecha Solidaria. Estaba en Miami acompañado de mis hijos, Lucia, Salvador y Filippo. Quería que estuvieran presentes, para que, con sus propios ojos, observaran las condiciones infrahumanas en las que viven cerca del 40% de nuestros compatriotas. Soy empírico por naturaleza, y me gusta aprender y enseñar observando los hechos, practicando y adquiriendo experiencia. Hasta ese día mis cachorros no sabían que era la pobreza, y creo que lo comprendieron de inmediato: ni el más inocente de los seres humanos podría ser indiferente ante tanta desgracia y desolación.
A pesar de la adversidad insondable de una vida sin oportunidades y llena de tropiezos a diario, Yulisa no dejaba de reír al recibir un regalo para nosotros absolutamente normal, y para ella extraordinario. En la medida en que los miembros de la familia aparecían en la pantalla para dar las gracias, la precariedad de las condiciones de vida de todos y del lugar era palpable. Entonces en un arrebato de esos que suelo tener cuando las emociones se apoderan de mi corazón, mirando a mis retoños fijamente les dije: ragazzi, ¿qué tal si le regalamos una casa bien linda a Yulisa? No lo olviden nunca: siempre que podamos debemos ayudar a los que lo necesitan, los ojos de Lucia, Salvador y Filippo se encendieron como las antorchas que siempre han sido para iluminar mi camino, desde que tengo la fortuna de tenerlos conmigo. No paraban de gritar y saltar, y entonces nos abrazamos y pedí que nos pusieran al teléfono a Yulisa, que al escuchar la noticia se unió al alborozo, entre las lágrimas de su madre y los aplausos de mi familia.
Hoy, la casa de Yulisa es una realidad, y les confieso que me resulta difícil asimilar cómo con tan poco, se puede dar un giro de 180 grados y cambiar para siempre el futuro de una inocente criatura y todo su entorno. Cuando el dinero no se pierde en manos inescrupulosas y si no se roban los recursos, alcanzan con creces para cumplir la función que debe tener la plata: generar progreso, desarrollo, prosperidad, y para cerrar la brecha social que nos separa a los unos de los otros, y que es la causante de que se incuben todas las formas de violencia. Al final del día la corrupción es el peor de todos los cánceres que padece nuestra ultrajada patria.
Para ver el arcoíris hay que soportar la lluvia, Yulisa ha resistido muchos huracanes en su corta existencia, desde la muerte violenta de su padre, hasta la falta de lo más esencial para poder sobrevivir. Cuando decides no conformarte, entonces obtienes más, y Yulisa no desaprovechó el “papayazo” que tuvo frente a ella. Las oportunidades son como las estrellas fugaces: no todo el mundo alcanza a verlas.
Yulisa, representa a un pueblo noble, trabajador, apasionado, que lucha por lo que quiere, eso somos los colombianos, más cosas buenas que malas, y es precisamente esa parte de cada uno de nosotros que mira al sol, la que hay que exaltar, si en verdad queremos salir adelante como sociedad y país.