El pasado 11 de febrero en Beverly Hills, Los Ángeles, la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas entregó los Óscar de la Ciencia y la Tecnología a los científicos, ingenieros y técnicos que con sus logros y trabajo permiten el avance del mundo del cine, de modo que el séptimo arte, llamado así por Ricciotto Canudo, imita sus producciones cada vez más cerca a la realidad.

Algunos de esos premios fueron para la cámara que habilita la codificación logarítmica basada en tramas; el diseño, implementación y difusión del lenguaje abierto para sombreado; las técnicas innovadoras para el trazado de rayos junto con controles de artistas optimizados; la renderización que captura fielmente la intención del artista, lo que da pie a una mejora en la comunicación creativa y los sistemas que permiten el uso a gran escala de animación basada en el rendimiento facial de captura de imágenes en movimiento, más el que permite una solución escalable y controlable por el artista para la transferencia de interpretaciones faciales a personajes digitales convincentes con alta fidelidad.

Con esas y otras tecnologías galardonadas, en el cine disfrazan la realidad y le hacen creer al espectador que su situación es distinta a la que hace parte de su entorno, al punto de que algunos de esos Óscar pueden ser otorgables a personajes que se autoproclaman voceros de una realidad que nos venden como nuestra.

En el ámbito político colombiano en nombre de una falsa realidad construida en laboratorios con ayuda de agentes externos, sean de Brasil u otro lugar, hay quienes se empecinan en mostrar que la guerra no ha terminado; que los guerrilleros no se han desmovilizados y muchos menos han entregado las armas, y que estos, por el contrario, están ocupando más territorio que el entregado en el pasado, en espera de acechar a las personas de bien que el Estado supuestamente no está protegiendo, a pesar de que su mejor defensa es la paz.

Fieles a su papel esos actores envían mensajes que fomentan el pesimismo y el desánimo; incrementado por el rédito que genera criticar más que hacer; llenando a los espectadores con proclamas y mensajes por las redes sociales sobre que todo está perdido, ya que lo único que hay que hacer es apagar la luz, para que ellos puedan disfrutar de una oscuridad que, de todos modos, les impide ver que lo que hoy se propone, como el voto obligatorio, no solo es malo, sino que nunca fue bueno, a pesar de que antes lo defendían.

Con cámaras que los habilita para hacer de su discurso una codificación logarítmica basada en tramas, se empecinan en hacer creer que los jóvenes no están habilitados para votar a los 16 años, a los que pese a sus máscaras faciales no les podrán llegar con las mismas propuestas que por décadas no cristalizaron, entre otras por el beneficio que les produce la corrupción que solo hasta ahora es atacada con vehemencia, no solo por quienes funcionalmente tienen esa responsabilidad, sino gracias a las normas aprobadas recientemente.

La lucha contra la corrupción tiene que ser y deseamos que sea exitosa, a pesar de que hay varias cosas que deben mejorarse. El solo hecho que hoy se evidencien situaciones corruptas que antes eran ocultas, más la contundencia de las repuestas que han dado quienes no son usuarios de la tecnología del disfraz, demuestra que no hay que desfallecer, y por el contrario seguir adelante.

@clorduy

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