Cómo apreciamos esa condición de incognito, cómo valoramos esa opción de continuar en la trastienda, armados con lupa y microscopio, pero sin el apuro de posar de personajes. Pero eso se echó a perder, los tiempos cambiaron. Ahora nos toca aparecer sí o sí, en cualquier escenario que trabajemos.
Hace unos meses, en el comedor de un hotel donde estaba hospedado un equipo profesional, un técnico reconocido vino a preguntarme que si yo era el que había “descubierto” al Jugador Andrés Juan Arroyo, actualmente en el deportivo Cali y en la selección Colombia sub20. Yo le respondí que sí. Entonces me dijo, y con razón, esta joya: “Eso no tiene ningún mérito, cualquiera sabe que Arroyo es un crack”. Le dije que estaba de acuerdo, a la larga uno no “descubre” a nadie, encuentra a los prospectos en torneos aficionados importantes lo que significa que alguien lo vio primero y fue quien lo puso en el radar. “Mi mérito -le dije-, es que Arroyo y su familia optaron por mi propuesta y la del Club, por encima de otras (varias) con tentadores beneficios inmediatos”. Indudablemente, el plus nos lo dio el marketing, esa profusa aparición en los medios, por lo que la familia de este muchacho sabía quién era la persona que los estaba abordando y qué es el deportivo Cali como institución, por los consabidos jugadores costeños que hemos proyectado en los últimos años.
Durante mucho tiempo, intencionalmente, evitamos exponernos al escrutinio público. Nuestra vida personal e imagen física ¿a quién podría interesarle? Lo que debía importar era seguir encontrando a esos niños y jóvenes dispuestos a consagrarse como futbolistas. Y, como de alguna manera hacemos parte de los medios de comunicación, conocemos lo que significa la cultura de la fama; implica quedar atrapados en una telaraña de sobreentendidos, códigos y supuestos, que nos obligan a asumir una serie de comportamientos que la masa espera de las figuras mediáticas. Una exposición permanente, controversias, elogios y críticas a la orden del día. Pero, como dijimos, todo eso cambió, y competir profesionalmente es también asumir esos riesgos.
Aunque preferiríamos mejor el reconocimiento de la gente íntimamente ligada al fútbol: el respaldo de nuestro trabajo por parte de los dirigentes y funcionarios del club, el apoyo del director de cantera y de los entrenadores que realizan un valioso proceso con los jugadores y, por supuesto, nos llena de felicidad que los futbolistas nos mencionen. Porque sí es importante que nuestros nombres aparezcan en esas entrevistas, porque nos abren puertas, porque el padre de familia, el entrenador o el dueño de un equipo aficionado nos referencian a partir de esas menciones, precisamente en boca de una figura mediática y podrían buscarnos como parte interesada.
A los jugadores y padres de familia lo único que podemos prometerles es que trataremos de estar allí, acompañándolos en sus ilusiones, mirándolos en las competencias, asesorándolos en el camino. Pero no estamos obligados a más nada. Hay gente que ha terminado molesta con nosotros porque cree que si son amigos y nos hacen atenciones ya tienen asegurada una oportunidad. Decimos que eso depende de ellos, de los futbolistas: hay un momento en que el jugador muestra un plus en su rendimiento, marca diferencia, y dice con su actuación “Ya estoy listo, ya entendí el juego”. Siempre hay un momento mágico cuando el chico envía una señal. El jugador tiene que brillar con luz propia.
También decimos que cada quién tiene que emprender su propia lucha. Nosotros tenemos la nuestra: Como veedores nuestro mayor patrimonio es LA CREDIBILIDAD. Y debemos tener mucho cuidado. De hecho, tenemos que estar muy convencidos, debemos investigar bien, conocer suficientemente al joven que vamos a enviar. Porque no podemos recomendar a un chico solo porque tenga una relación familiar o de amistad con nosotros. De hecho, quizás nuestra mayor fortaleza sea que nos mantenemos afuera. Con los jóvenes llevamos una relación cordial y afectiva y los acompañamos hasta cuando son profesionales, pero siempre intentamos ser profesores, nunca amigos personales.
Además, no representamos futbolistas, solo somos simples intermediarios, asesores, un puente entre un club profesional y los jugadores aficionados. Por eso, deliberadamente, evitamos involucrarnos afectiva o económicamente con los posibles elegidos. Lo único que nos interesa “vender”, en el sentido estricto del término, es nuestro trabajo, serio y constante, para seguir gozando de ese privilegio invaluable de tener una voz propia que pueda ser escuchada.
A los futbolistas que recomendamos les decimos que no nos den nada, no están obligados, pero que no nos hagan quedar mal. No aspiramos a una camiseta autografiada ni a un dinero por debajo de la mesa, pero sí nos interesa que se hable bien de ellos, como profesionales y como personas. Con eso nos damos por bien servidos. Si alguno de estos muchachos cree que puede expresar su gratitud con un presente , bienvenido sea, aunque sería algo extraordinario, una especie de gesto moral, de esos que se hacen cuando un deportista considera lógico poner a participar de beneficios a aquellos que aportaron en el proceso.
A estas alturas de nuestra vida lo que buscamos es la realización personal a través de nuestro trabajo, de una manera simple, casi anónima, y ojalá sin los sobresaltos propios de lo público. En mi caso particular, por mi condición de escritor en formación, preferiría, seguir gozando, especialmente, de mi sillón de espectador.