El viernes 10 de noviembre, un día antes de la inauguración, llegué a Santa Marta a cubrir los Juegos Bolivarianos. A escarbar historias entre más de 3.400 deportistas procedentes de 11 países, incluido Colombia. En Barranquilla, como chismes de pasillo, escuchaba y llegaban informes por doquier de que a la ‘Perla de América’ le quedaría grande albergar tan magno evento. Cali e incluso Medellín se asomaban tentativamente con brazos abiertos para quitarle ese ‘peso’ a los samarios.

Las palabras de la directora de Coldeportes, Clara Luz Roldán, en la presentación de ‘Baqui’, símbolo de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, manifestando que no sería una sorpresa si el último día o en plenas competencias se veían a obreros colocando ladrillos o pintando (y así fue en los linderos), empeoraba el panorama.

La primera impresión no fue la más grata. Calles inundadas por una fuerte ola invernal que azota la capital del Magdalena amenazaban con dañar la fiesta. Sin embargo, el clima mejoró y permitió que Santa Marta se desahogara de tanta presión con una bienvenida colorida e inolvidable en el estadio de fútbol en Bureche.

Pero no todo son elogios y entre contadas falencias, una en especial, la prensa. Mayores herramientas, dentro de los nuevos escenarios, es obligación de la organización. Inaudito que en el Coliseo de Gaira, donde se desarrolló un deporte tan elemental como el boxeo, se convirtiera en una odisea encontrar, porque en las tribunas no hay una conexión eléctrica, y se haya acudido a los baños como solución para divulgar la información. Esto le puede servir de espejo a Barranquilla, que organizará, en 2018, un evento multideportivo, con más deportes (38) y con más atletas en acción (5.850 aproximadamente).

Estamos en la era digital, de la inmediatez, no siempre se puede llegar, en el caso de los Bolivarianos, tan rápido a los centros de medios con 17 competencias en un día y con ciertos trayectos tan distantes. El periodista merece más.