Lo que pasó en los alrededores de La Troja, la semana pasada, solo supone la falta de tolerancia entre algunos barranquilleros.

La intolerancia viene de la mano del irrespeto por el otro. Y si solo el unimismo cuenta en las relaciones sociales, entonces estamos ante una monumental ausencia de cultura ciudadana.

Hablo de la capacidad y disposición que deberían tener los vecinos para autorregularse y regular a otros, entendiéndose todos como basamento de la sana coexistencia.

Un proyecto de sociedad civilizada, como tal, fue en algún momento impensable en Barranquilla.

Lo que dice la teoría es que si los ciudadanos no tienen resueltas sus necesidades básicas, como la subsistencia o la salud o la educación, no escalan en compromisos de otredad.

Pero en una ciudad que es modelo de atención en salud, que garantiza plenamente la cobertura en educación de sus jóvenes y que tiene uno de los más bajos niveles de desempleo del país, entre muchos avances, la cultura no solo es posible sino necesaria.

El Distrito, en efecto, ha dedicado en la última década alrededor del 83% de su presupuesto a inversión. Las proyecciones indican que invertirá este año un poco más de 3 billones de pesos en programas sociales e infraestructura.

Y aún seguirá faltando, pero ahí están ya: 200 parques, 157 escuelas, 50 nuevos hospitales, 300 kilómetros de vías renovadas, 12 estadios y obras que enaltecen el orgullo, como el gran malecón.

Una ciudad con un comportamiento colectivo decente promueve el aprecio y cuidado por esos proyectos y los acepta como atmósfera para recoger actitudes toscas con su entorno.

No digo que no se irrite ante situaciones sociales o personales sobrevivientes, pero ante su aparición antepone la conversación y celebra acuerdos. Medie lo que medie.

Y ello es tan válido para quienes van a bailar las descargas calientes de La Troja como para quienes utilizan fundamentos sesgados y acomodaticios a la hora de hacer sus críticas mordaces.

En los alreredores de la esquina de la salsa y la tradición, no hubo nada de ello. Los ciudadanos no acudieron a divertirse sino a lo que fuera. Y terminaron lanzando botellas y sillas porque estaban predispuestos a buscar o responder la pelea.

Echarle la culpa al lugar o armar un debate sobre si es un tomadero de tragos o un patrimonio cultural, es desconocer que la riña es la segunda causa de homicidios en la ciudad.

Pongamos las cosas, entonces, en su justa dimensión.

Al Distrito le corresponde activar el proceso para que los ciudadanos despliguen mejores actitudes, y ojalá no repita la experiencia fallida de traer a los expertos cachacos que en el 2008 fracasaron ruidosamente con estrategias que tenían acentos andinos y no nuestros colores.

Pero si se trata del interés y cuidado de lo público, que incluye las obras y la experiencia fundamental de convivir, la responsabildad tiene que ser de todos.

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@AlbertoMtinezM